Observando "Akasha" el firmamento

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16 April 2019

Ahondando su mirada en las profundidades del éter, el arquero errante descubrió el inmenso y luminoso escenario de la Creación. Interpretando el signo de los astros, conocería la teoría cifrada de la hipótesis divina. Además de encender el altar, estudiar astrología u orar con los fantasmales monjes, Kanta añoraba su destino. Así estuvo algún tiempo el pastor de cabras y estrellas. Hasta que un día, abriendo el arca, volvió a encontrarse con aquellos envejecidos mapas del reino de Rhuna. Comprendió que era el momento de reanudar el camino a las cumbres de fuego. Así lo decían las estrellas. Y lo escrito en los astros, siempre era irreversible para los seres fugaces como él. De esa manera, el arquero esperó que otro caminante llegara en alguna caravana a sustituirle en la sacra condena de mantener vivo el fuego del altar, el cual cuidó durante largos años. Un día al fin de tanta espera, llegó el anunciado viajero. Era un asesino, fugitivo del pasado que —para cambiar su vida— aceptó quedarse a vivir en el monasterio al cuidado del fuego sagrado. Kanta le entregó la rosa mística. Antes de irse buscó a los monjes, a fin de despedirse de ellos, pero no encontró a nadie. Habrían sido sólo parte de un sueño más del Sansara, el desierto de la vida. Así, Rhuna, la montaña que soñó ser hombre o el hombre que soñó ser montaña, siguió su camino.