Todo el mundo tiene puestos los ojos sobre el Reino Unido y el mal manejo del “brexit”.
Quienes con razón critican la manera caótica en que los políticos británicos y los europeos han manejado el tema, apuntan a cómo la incertidumbre y el cambio brusco de reglas pueden perjudicar al Reino Unido. Cierto, pero no hay que ignorar que las cosas no van de maravilla al otro lado del Canal de la Mancha.
Italia está en recesión, Alemania casi lo está y hay temor de que los problemas económicos afectarán a la anémica Francia y a otras partes de Europa, cuyos problemas estructurales siguen sin solución. Esos incluyen mercados laborales rígidos y altas tasas de desempleo —15% en España, 9,1% en Francia, 18% en Grecia, por ejemplo— que además tienden a ser de largo plazo. El desempleo juvenil es todavía más alto: 33% en España, 21% en Francia, 39% en Grecia. La deuda pública también ha aumentado. Es del 99% del PBI en Francia, 125% en Portugal y 182% en Grecia. Esto, además, no toma en cuenta la deuda implícita de los programas sociales estatales que llegan a ser varias veces el tamaño de las respectivas economías, por lo que no son sostenibles.
Hay un evidente descontento europeo con el statu quo y lo que los europeos llaman el “déficit democrático”, que ha surgido en la medida en que Bruselas acumula cada vez mayor poder. Explica en parte el auge de partidos nacionalistas antisistema. En las últimas elecciones nacionales estos recibieron 17,6% de los votos en Suecia, 21% en Dinamarca, 26% en Austria, 13% en Francia y 12,6% en Alemania, por ejemplo.
El “brexit” también es una reacción a ese sistema europeo que buena parte de la población inglesa no considera representativo. Aun así, el “establishment” europeo ha reaccionado de manera predecible. Ante el divorcio con el Reino Unido, urge una mayor centralización del poder en manos de los políticos y burócratas de la UE. Así se pronunció Guy Verhofstadt, ex primer ministro de Bélgica y miembro del Parlamento Europeo, este fin de semana.
El presidente francés, Emmanuel Macron, también piensa que la solución va por ese lado. Este mes propuso una agenda supuestamente para contrarrestar el populismo y dinamizar la economía europea. Consiste, sin embargo, en una agenda mercantilista: la creación de más agencias burocráticas regulatorias, un incremento del gasto público para fomentar la innovación tecnológica, la promoción de negocios supuestamente estratégicos a través del proteccionismo, un incremento de impuestos a ciertas empresas globales de tecnología y un salario mínimo para toda la región.
¡Qué decepción! En vez de crear un mercado más competitivo, pretende un mayor control estatal a nivel continental. No tiene sentido un salario mínimo para países tan dispares como Bulgaria u Holanda. Fijarlo a niveles de las naciones ricas solo crearía desempleo en los países menos prósperos del Este. En vez de abrir la Unión Europea, liberalizar su economía y descentralizar el poder basado en el principio de la subsidiaridad, Macron propone más de lo mismo. Su propuesta conseguirá más de lo mismo.
No pinta bien el futuro de Europa. Las elecciones para el Parlamento Europeo son en un par de meses. O se fortalecerán las fuerzas populistas nacionalistas, o se fortalecerá el ‘establishment’ centralizador europeo. Hace falta una visión liberal basada en la competencia y el respeto a la diversidad cultural y política con que hace décadas empezó el proyecto de integración europea. (Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio, Perú).
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute