Lejano cantar de las ballenas

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08 April 2019

Después de dejar atrás la luminosa ciudad del Ares –eterna y efímera como el deseo mismo— Kanta sintió que dejaba tras de sí parte de sí mismo. Él, que era igual a los lejanos hijos del río de las arenas de oro: violentos y tiernos a la vez; codiciosos y crueles; inocentes y culpables de amar; mitad ensueño y realidad. Como la vida misma que es el sueño de un sueño. Así era él: arquero y espejismo; de la muerte y de la vida, como la triste ciudad del desierto. Kanta –el emigrante de sí mismo—volvió a cruzar la desolada estepa de Uma en su largo viaje a las montañas de fuego. Cuando los gigantes de la llanura del olvido se acercaban a él se daban cuenta que éste era sólo un espejismo más del ardiente arenal. Era común ver en el horizonte figuras y ciudades que surgían de la alucinación y el delirio. La misma ciudad maravillosa del desierto habría sido tan sólo parte del mismo sueño del arquero. Estando en la terrible planicie el encantador de sombras -hijo de los montes lejanos- oía atemorizado el andar de los gigantes, atravesando la estepa. Escuchaba sus voces en lenguas perdidas, mientras hablaban quizá del universo y las estrellas o cuando entonaban himnos sagrados y eternos. De la misma forma que cantaban las ballenas en el profundo mar. Viajeras cantoras del adiós, pues iban de paso como los sueños de la felicidad.