A nuestro amigo...

Gracias por aconsejarnos como un padre diciéndonos “camina siempre adelante, no te derrumbes por nada, y extiende abierta tu mano para quien quiera estrecharla”. Gracias por enseñarnos a cantar como el Ave Solitaria y a darle Gracias a la Vida.

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06 April 2019

"A nuestro amigo le adeudamos la ternura y las palabras de aliento y el abrazo; el compartir la factura que nos presenta la vida, paso a paso…”

Trastoco así la composición de Alberto Cortez para dedicársela a él mismo y agradecerle la inspiración y la emoción que nos infundió en aquel tiempo de idealistas, bohemios, con la guitarra al hombro. Tuve la dicha de entrevistarlo para El Diario de Hoy en su visita a El Salvador en octubre de 1987, en plena guerra, cuando algunas de sus composiciones sonaban un poco subversivas, pero realmente sólo expresaban las realidades de la época, nunca incitaban a la violencia.

No olvido que fue muy afable y familiar en su trato hacia mí y me firmó autógrafo y nos tomamos unas fotos que el tiempo me robó.

Inspirados por Alberto Cortez y por Serrat, por Mercedes Sosa, Cabral, Jara y Nebbia aprendimos a acariciar la guitarra y conocer la vida sencilla, porque sus letras retrataban a la perfección nuestra soñadora cotidianidad. Así nos vino el amor por la música, la verdad, la justicia y la paz.

Sintiendo muchas emociones encontradas por la partida de este maestro de la vida, La Voz de la Amistad como se le conocía, y recordando sus versos, me atrevo a escribirle esta carta:

Inolvidable amigo…

No es tiempo de despedidas, sino de agradecerte el compartirnos tanto bien y la capacidad de amar sin medida a este mundo que la Providencia nos regaló.

Gracias por contarnos de tu Abuelo que dejó su amada España para lanzarse a esta bella aventura en el Nuevo Mundo.

No olvido que, como fiel compañero, estuviste para llamar a los corazones rotos y decirles: “Ven, no llores por esa poca cosa que te que ha quebrado el rumbo... tú no estás solo, yo siempre fui tu amigo y quiero rescatarte”.

Quedaron grabados en mi memoria el Camino del Indio que me mostraste y por el que conocí la sencillez de Yupanqui y la heroicidad de los bronces y las cuerdas de Waldo de los Ríos, “como el junco de la ribera y el doble junto del agua, en el país de un estanque donde el día se mojaba… con mi barco de niño pobre que me regalaron por Pascua…”, el mismo en cuya cubierta se fue llorando mi infancia.

Y qué decir de que por ti pudieran cimbrarme los versos de Neruda o de Machado con su Retrato, porque también “mi infancia son recuerdos de un huerto claro donde madura el limonero... mas recibí la flecha que me asignó Cupido y amé cuanto ellas pueda tener de hospitalario”.

Siempre recuerdo los profundos juegos de palabras que nos enseñaste: pudiera ser que pudiera, érase una vez que era, andar por andar andando, caminar por caminar…

Nos presentaste a personajes humildes pero gigantes, como Juan Golondrina, o el niño y la chica que nos mendigaban “miguitas de ternura”, pero también el Ave Caída cuyo vuelo fue frustrado por el odio y la maldad, así como el perro callejero que se resistía al olvido.

Aprendimos, como el molinero, que “los sueños te llevarán hacia el corazón del vino, con el aroma del pan”, pero también que “la vida es una mágica balanza: hay quien pesa el corazón y hay quien… la panza”.

También aprendimos a hablar con la “lira”, a reconocer que “se vuelve cruda mentira, lo que ayer fue tierna verdad” y a preguntarle “¿por qué la noche es tan larga?, Guitarra, dímelo tú…”.

Supimos del cacareo y los chismes en los barrios, pero también a construir Castillos en el Aire, como el Charlatán de Feria y el viento delincuente que es escapó de su celda.

Gracias por aconsejarnos como un padre diciéndonos “camina siempre adelante, no te derrumbes por nada, y extiende abierta tu mano para quien quiera estrecharla”. Gracias por enseñarnos a cantar como el Ave Solitaria y a darle Gracias a la Vida.

Ciertamente, no somos de aquí ni somos de allá y ser felices es nuestro color de identidad, pero siempre habrá un rincón en el alma donde podremos encontrarnos con nuestros recuerdos sin la censura del tiempo, siempre habrá un fiel árbol en cuya sombra podemos descansar a pesar de los años.

Como Machado, sabemos que “algún día que nunca ha de tornar te encontraremos ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar…”

Ahora parece que más que nunca te vas diciendo… “A mis amigos legaré cuando me muera mi devoción en un acorde de guitarra y entre los versos olvidados de un poema, mi pobre alma incorregible de cigarra… Regresaré a mis estrellas... distancia, les contaré mi secreto: que sigo amando a mi tierra... distancia, cuando me marcho tan lejos...”.

¡Hasta siempre, Alberto…!

Periodista.