Pedir perdón, ¿de qué?

Tal vez sería México quien tendría que pedir perdón a la Iglesia Católica por la cruel persecución que durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, se realizó contra los católicos en la famosa Guerra de los Cristeros

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06 April 2019

Sorprendente la exigencia del señor Presidente de México, AMLO, de que tanto España como el Papa pidan perdón por los abusos y mal trato a los pueblos originarios, durante la Conquista. Solo se necesita conocer un poco la historia de las aventuras colonizadoras de los países europeos durante los siglos XV y XV para poder emitir un criterio justo y acertado sobre el tema.

Con excepción de España, los países colonizadores tuvieron como único interés el aprovechar las grandes riquezas y recursos naturales de los pueblos conquistados, esclavizando a los naturales para usarlos como mano de obra, sin darles ni educación ni cultura. La presencia de los ingleses en la India llevó a Ghandi a realizar su cruzada pacífica, para exigir respeto para sus hermanos humillados. Los holandeses en Sudáfrica dieron origen al Apartheid. Los franceses en Indochina y los alemanes, que recibieron del emperador Carlos V el territorio de Venezuela, como garantía por un nuevo préstamo de los banqueros, cuyas crueldades detalla magistralmente Germán Arciniegas en su libro “Los Alemanes en Venezuela”.

España, por el contrario, no solo conquistó y colonizó, sino también llevó su cultura, su idioma y su fe. Los Reyes Católicos, al establecer los virreinatos en los territorios americanos, dictaron las Leyes de Indias, que establecían formas de gobierno, diseño de ciudades, construcción de iglesias, conventos, escuelas y universidades para transmitir a los naturales, la cultura europea. Los centros históricos de México, Bogotá, Quito, La Paz con sus catedrales, palacios de gobierno, universidades, y el trazo ordenado de sus calles y avenidas, siguiendo el patrón cartesiano lo demuestran. Y sus ricas decoraciones internas revelan el esplendor del barroco tan en boga en el viejo mundo.

La calidad de enseñanza universitaria la demuestran dos figuras grandiosas: Sor Juana Inés de la Cruz, llamada la Décima Musa y la más extraordinaria voz poética del reinado de Carlos III, y Juan Ruiz de Alarcón, cuyo teatro compitió en España con Lope de Vega y Calderón de la Barca y cuya obra, La Verdad sospechosa, inspiró a Moliére, el gran comediante de la corte de Luis XIV, para su obra El Mentiroso.

La mezcla de las dos razas produjo el mestizaje, representado por Don Pedro de Alvarado, casado con la princesa de Chicotencatl; el inca Garcilazo de la Vega, hijo del Capitán del mismo apellido y de la princesa inca Chimpu Ocllo, y los historiadores mexicanos Fernando Alvarado Tezozómoc, autor de “Crónica Mexicana” y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, autor de “Historia Chichimeca”.

Nadie niega que el sistema de encomiendas permitió muchos abusos, que contrastan con las recomendaciones de la Corona de Castilla, mediante las Leyes de Indias para exigir respeto a los indígenas. Los sacerdotes que vinieron para evangelizar debían aprender el idioma de los naturales, lo que posteriormente fue derogado para que el castellano fuera el idioma común de conquistadores y conquistados. Los reclamos de Fray Bartolomé de las Casas, muchos exagerados por su celo por las almas, son una evidencia del estilo de colonización.

Pero es más absurdo pretender que el Papa pida perdón, cuando fueron los sacerdotes evangelizadores quienes más ayudaron a la incorporación de los naturales a su cultura. Y para juzgarlos a todos con la misma medida, tal vez sería México quien tendría que pedir perdón a la Iglesia Católica por la cruel persecución que durante el gobierno de Plutarco Elías Calles, se realizó contra los católicos en la famosa Guerra de los Cristeros, que cuenta ya con dos figuras de mártires por la fe, canonizados por la Iglesia: el sacerdote Miguel Pro, y el niño José del Río. Ante estos hechos, habría que considerar a quién le toca pedir perdón.

Maestra