Soledad, tristeza y depresiones

La soledad, que durante los primeros tres cuartos del siglo pasado era nota propia de científicos, artistas y bohemios, ahora resulta ser, como decía el por entonces padre Sebastián “mal de muchos…: epidemia”. Por irónico que parezca, en estos tiempos de facilitada comunicación “multicanal”, el número de personas que padecen la soledad se ha triplicado en los Estados Unidos desde 1985

descripción de la imagen

Por

05 April 2019

"Cómo llenarte, soledad, / sino contigo misma…”. Así inicia Luis Cernuda su bello “Soliloquio del farero” que encontré, aprecié y atesoré hace años. Lo leí por primera vez en el suplemento literario de algún periódico (¿“El Diario Latino”, “El Mundo” de los Años Setenta o “El Comercio”, “La República” de mis limeños Ochenta?). No acierto a tener seguridad porque el original, aunque lo había mecanografiado para guardarlo, lo mal regalé hace varios lustros. Sigue más adelante: “Diverso con el mundo, / Fui luz serena y anhelo desbocado, / Y en la lluvia sombría o en el sol evidente/ Quería una verdad que a ti te traicionase”. Fuerte ¿no?, la búsqueda obligada de los otros a pesar de la propia inclinación. Pero lo más fuerte se encuentra apenas unos versos abajo: “Te negué por bien poco: / Por menudos amores ni ciertos ni fingidos, /Por quietas amistades de sillón y de gesto,(…)Por los viejos placeres prohibidos,/Como los permitidos nauseabundos(…). El periplo vital se cierra y Cernuda se reencuentra con ella: “Tú, verdad solitaria, /transparente pasión, mi soledad de siempre, / eres inmenso abrazo; / el sol, el mar, / la oscuridad, la estepa, / el hombre y su deseo, / la airada muchedumbre, / ¿qué son sino tú misma?/ Por ti, mi soledad, los busqué un día; / en ti, mi soledad, los amo ahora”.

Me recordó al farero de Cernuda la noticia de un artículo que investiga los efectos que la soledad tiene en la salud de quienes la padecen. La soledad, que durante los primeros tres cuartos del siglo pasado era nota propia de científicos, artistas y bohemios, ahora resulta ser, como decía el por entonces padre Sebastián “mal de muchos…: epidemia”. Por irónico que parezca, en estos tiempos de facilitada comunicación “multicanal”, el número de personas que padecen la soledad se ha triplicado en los Estados Unidos desde 1985, según la nota. Algunos efectos negativos identificados en la salud de quienes la padecen, según el estudio del Dr. Cacioppo: “Los adultos solitarios consumen más alcohol y hacen menos ejercicio que quienes no están solos. Sus dietas son más altas en grasas, su sueño es menos reparador y reportan más fatiga diurna. La soledad también interfiere con los procesos de regulación celular en el cuerpo, predisponiéndolos a un envejecimiento prematuro”.

En su “Cantata del Solitario”, Manuel Morán González, un peculiar magistrado y escritor español que estuvo entre nosotros a finales del siglo pasado, poetiza: “Hubo un tiempo / en que no tenía más afecto / que las manos del barbero”. ¿Triste, no? Contrario a lo que suele pensarse, la soledad no es la falta de contacto con otros sino la sensación de estar solo y, fundamentalmente, la falta de afecto. Esto es lo duro, es esto lo que enferma, no la soledad a la que se puede amar y llegar a necesitar sin perjuicio para la salud. Puede alguien estar rodeado de personas y no sentirse amado ni respetado; puede, en cambio, vivir solo y saber que ama y es amado. Puede alguien estar solo y, con sus actitudes, evitar y alejar a las personas que quieren quererlo; otra, en cambio, sola también, hace de su corazón una casa de puertas abiertas para los amigos. La depresión, ese infierno en la tierra para quienes lo sufren es del enemigo que debemos guardarnos. ¿Está deprimido? Eso sí puede matarlo. ¡Busque ayuda! Por de pronto, vístase de blanco y salga a tomarse las calles de San Benito, que ésta es la “Nuit Blanche” y hay que aprovecharla.

Un último de solitudes. “A mis soledades voy, / de mis soledades vengo,/ porque para andar conmigo / me bastan mis pensamientos// Entiendo lo que me basta / y solamente no entiendo / cómo se sufre a sí mismo / un ignorante soberbio.// De cuantas cosas me cansan, / fácilmente me defiendo; / pero no puedo guardarme / de los peligros de un necio.// (Lope de Vega, no Mocedades)

Psicólogo