El matapalo

Contrario una opinión popular, la garantía de supervivencia de una sociedad democrática no es, meramente, el ejercicio del sufragio, sino el respeto a la Constitución, el cumplimiento estricto de las reglas pactadas y plasmadas en la Ley Fundamental.

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05 April 2019

Una manera de entender el populismo es verlo como una estrategia utilizada para alcanzar el poder político reventando desde dentro un Estado democrático, utilizando para ello los mismos medios de elección de gobernantes propios de las democracias, y torciendo las leyes a conveniencia hasta destripar el Estado de derecho.

Siguiendo la vieja táctica maniquea de enfrentar buenos y malos, en el populismo un líder carismático se hace con la voluntad de un grupo grande de votantes (hasta constituirlos en mayoría) y los enfrenta con el resto de electores. Naturalmente los “buenos” —el pueblo— son homogéneos, desinteresados y movidos por el bienestar de la nación, mientras que los “malos” son los que por sus intereses particulares socavan el bienestar popular y tienen todo el aparato del Estado al servicio de su enriquecimiento y poder.

Dicho lo dicho, parecería que el populismo sólo debería medrar en sociedades de ciudadanos ignorantes y manipulables, que se creen a pie juntillas las patrañas y las promesas imposibles del mesías político. De modo que la ignorancia, y la falta de capacidad y de pensamiento de los votantes explicaría su éxito.

Sin embargo, el apoyo masivo a un político populista no tiene como único factor la ignorancia de los electores. Caben explicaciones menos elitistas, menos arrogantes. Pues apostar todo a la ignorancia, y a su pariente cercano la propaganda, es a fin de cuentas, simplista. También entran en la ecuación explicaciones como la corrupción de la clase gobernante, la ineptitud de quienes deberían garantizar la salud, la educación y la seguridad en las sociedades; la inexistencia, o la inoperancia en la práctica, del Estado de derecho; y la astucia política de los populistas.

La democracia sin instituciones que funcionen es prácticamente imposible. Los privilegios y las acciones arbitrarias no son exclusivos de las minorías u oligarquías… puede haber, sin problema, una mayoría privilegiada, un colectivo muy numeroso que piense que —ellos o su líder— están por encima de la ley.

Si, además, el aparato del Estado no funciona adecuadamente, esto termina por dar la razón a quienes piensan que el fin: derrocar corruptos, quitar los privilegios a alguna minoría; justifica cualquier medio: pasar por encima de la ley, infringiéndola o ignorándola. Sin importar su indefectible consecuencia: la pérdida de las libertades personales.

Ya lo señalaba hace casi dos mil quinientos años Aristóteles: la clave para ver la bondad o maldad de un gobierno, y la sanidad o corrupción de una sociedad, no consiste en el sistema político vigente (a él le daba lo mismo monarquía que democracia), sino en que la acción del gobernante consiga el mayor bien para el mayor número de personas. Por lo que, el principal obstáculo para alcanzar este estado de cosas no es el sistema, sino que prime el interés personal del gobernante por encima del de sus conciudadanos.

Parafraseando podríamos decir que la democracia alcanza, cuando nadie se la apropia. Sólo así, siendo lo que debe ser, con instituciones fuertes y con pluralismo e inclusión, garantiza la felicidad de más personas.

Populismo: “un ejercicio arbitrario y descarnado del poder estatal por coaliciones electorales mayoritarias que consiguen conquistar los órganos políticos”; y democracia, son incompatibles.

Contrario una opinión popular, la garantía de supervivencia de una sociedad democrática no es, meramente, el ejercicio del sufragio, sino el respeto a la Constitución, el cumplimiento estricto de las reglas pactadas y plasmadas en la Ley Fundamental. No en balde la Constitución misma prevé que quien ocupe un cargo de elección popular se deba específicamente a la Ley, y no al “pueblo”: una entelequia que ha sido pretexto impecable para tantas injusticias.

Y es que el populismo, como el matapalo, se enreda en las democracias, envuelve las instituciones, constriñe el sistema legal, hasta terminar por desecar la vida política, y la libertad, en las sociedades en las que medra.

Ingeniero @carlosmayorare