Viaje al sueño de los dioses

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03 April 2019

“Mi destino es ir a las montañas y encontrar las fuentes lejanas donde el Ares nace y roba en sus aguas el oro de los cielos. No busco el metal sino su dorado resplandor. No el torrente de mi sed sino el manantial de mi grandiosa ilusión. No busco al monte, sino su grandeza. No busco la cumbre, sino el sueño de los dioses”, confesó un día el arquero errante a su amada. Un día más, un día menos, Kanta volvió a dar con los mapas de Rhuna. Estaban acuñados con los sellos de un antiguo Imperio que le hacían poseedor de aquella vasta región montañosa. Reencontrar el secreto de Rhuna en los antiguos pergaminos era reencontrarse a sí mismo. Comprendió entonces que tenía que seguir tras sus propias huellas y emprender de nuevo el camino hacia las tierras altas de su interrumpido viaje. Aunque ello significara el dulce dolor de la separación de Macara, la hermosa hija del caudaloso Ares. Así un día, Kanta salió de caza y no volvió. Como no siempre vuelven los hijos del desierto desde sus travesías. Había abandonado Ara y a su amada de los besos de miel. Con los días, la abandonada mujer acalló su tristeza, ante la ausencia del amado fugitivo. Al fin y al cabo los cazadores de ciervos y de estrellas no siempre tornaban del desierto. Y éste había sido uno más que no volvió. Quizá por ser —más que hombre— montaña.