Identitarios: unos más iguales que otros

Si antes los identitarios se revolvían furiosos contra quienes les echaban en cara su tribalismo, ahora se sienten orgullosos de él, logrando precisamente lo contrario de lo que pretenderían

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29 March 2019

Se da por descontado que en la búsqueda de la inclusión y de la equidad se trata de buscar la igualdad de todos. Sin embargo, a la llamada política identitaria no le interesa fundamentalmente la igualdad sino lo que ellos llaman la justicia.

No es que estén buscando igual reconocimiento para todos: mujeres, hombres, niños y niñas…, no. En realidad no buscan igualdad, sino más frecuentemente, reivindicación. La lucha no va en la línea de los derechos, sino en el reconocimiento y el empeño por tratar de modo ventajoso a grupos sociales que a lo largo de la historia han sido tratados de modo desfavorable, o que, en otras palabras, han sufrido discriminaciones históricas por motivos de sexo (las mujeres), raza (las minorías), clase económica (los pobres) o preferencia sexual (un arcoíris).

La meta no es la igualdad, sino corregir las desventajas competitivas históricas a partir de dotar a estos grupos de ventajas de partida, algo así como si en una competición deportiva de pista y campo se situaran a los atletas escalonados con respecto a la línea de salida, tomando en consideración sus capacidades y condiciones peculiares, en lugar de que todos partieran desde la misma marca.

Esto logra que poco a poco se descubran “identidades” menos valiosas con respecto a las demás (en general, y dentro de una misma categoría de igualdad) y que, por lo mismo, al no combatir todas las discriminaciones con la misma intensidad, a mayor discriminación, mayores desventajas, y por lo mismo, mayores privilegios.

Como dentro de las identidades desfavorecidas también se fijan clases, es la de nunca acabar: no es lo mismo haber sido discriminada por ser mujer, por ejemplo, que haberlo sido por ser mujer de raza indígena… y todavía más agravio si se pone en la ecuación el hecho de ser mujer de raza indígena y de condición económica baja.

Así se dan paradojas como por ejemplo que el deber de apoyarse mutuamente por el hecho de ser mujer, la llamada “sororidad”, cese cuando se descubre que quien habla, además de ser mujer, pertenece también a una clase “privilegiada”, pues se trata de alguien de raza blanca, o rica, o educada, o de derecha, o de izquierda, o vegana...

Tampoco hay obligación de tomar en cuenta, desde una identidad excluida, a quien decide apoyar posturas que “legitiman” o “justifican” la pretendida opresión, como sucede a mujeres que se oponen razonablemente al aborto, o defienden que el salario se base en productividad y no en género. Dando como resultado la contradicción de que el hecho de pensar por sí mismas, las excluye del “club” de las que se proponían originalmente ser libre pensadoras.

Así se entiende que se “explique” que las mujeres blancas en los Estados Unidos votaron por Trump porque son blancas y al mismo tiempo se aduzca que los hombre negros, o hispanos, votaron por él porque son hombres, cosas que pasan cuando se abdica de la razón y del criterio personal de cada uno y solo se recurre a la identidad grupal.

Más exclusión buscando la inclusión, abdicar de la razón intentando ser razonables: consecuencias de basar la identidad, y la dignidad personal, en el reconocimiento social, cultural, o de poder. Efectos necesarios de querer hacer que todos seamos “iguales” por la ley. Y de que la clave igualadora de todos no sea la dignidad personal, la naturaleza que compartimos, sino la ley y/o la cultura.

Si antes los identitarios se revolvían furiosos contra quienes les echaban en cara su tribalismo, ahora se sienten orgullosos de él, logrando precisamente lo contrario de lo que pretenderían: en lugar de destacar los elementos comunes de todos los miembros de una sociedad, para lograr armonía y concordia, ahora bastantes de ellos se apoyan en las diferencias para hacer la guerra, controlar y dominar.

Ingeniero @carlosmayorare