Estamos advertidos

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15 enero 2013

El sainete que ha hecho posible la última sucesión política en Venezuela hizo que también muchos personajes que comulgan con ese "estilo" de hacer las cosas se congregaran en Caracas, para aplaudir un atropello más a la democracia del país sudamericano. Entre los ilustres personajes que acudieron a esta cita se encontraba, por supuesto, el candidato del FMLN para los comicios presidenciales de 2014.

Los actos públicos que tuvieron lugar en la capital venezolana la semana pasada buscaban respaldar la imposición de Nicolás Maduro como inmediato sucesor de Hugo Chávez. Con la obvia intención de obstaculizar el llamado a nuevas elecciones, el gobierno bolivariano se aferró a una interpretación constitucional que le está permitiendo maniobrar a su antojo mientras dura la agonía del caudillo.

A estas alturas pocos saben a ciencia cierta en qué condiciones se encuentra Chávez, pero si su pulso y su respiración no se detienen, aunque sea por medios artificiales, el tiempo ganado por sus herederos consigue que las conjuras antidemocráticas se vayan articulando alrededor de los nuevos liderazgos. Es una forma de proteger la consolidación de un sistema personalista que de pronto se ve obligado a sobrevivir a su creador.

Una sucesión sin tropiezos --es decir, sin otorgarle a la ciudadanía el derecho a decidir quién debería ocupar la silla presidencial vacante-- es lo que está intentando hacer el chavismo. Este tipo de regímenes, basados en el culto a la personalidad del líder, se caracterizan por depender casi exclusivamente de ese carisma. Cuando el fundador desaparece, los que se alimentan del poder que emana su figura necesitan mantenerle vivo, presente, gravitando sobre las cabezas de todos. El impenetrable velo de misterio que sólo la tiranía cubana podía ofrecerle a sus camaradas venezolanos ha permitido que la imagen del caudillo permanezca inalterable, escondido su verdadero diagnóstico bajo las sombras de una retórica inflamada por continuas invocaciones a la tan ansiada recuperación.

Tanta exaltación hizo que también los invitados especiales que llegaron de todo el mundo para avalar el continuismo en Venezuela expusieran sus más íntimas motivaciones. Salvador Sánchez Cerén no fue la excepción. Ante la multitudinaria manifestación de adhesiones a la salud de Chávez, el candidato presidencial del FMLN optó por no ocultar la admiración que le producen los "logros" del régimen. En una muestra de entusiasmo ideológico que durante años ha tratado de evitar en su propio país, nuestro vicepresidente dejó bien claro cuál será el derrotero que nos espera a los salvadoreños si llegamos a favorecer su plataforma política.

Ya estamos advertidos. Para la máxima figura del oficialismo, las "grandes transformaciones revolucionarias" iniciadas por Hugo Chávez merecen el endoso de su partido. Se refirió a ellas para ilustrar la ruta que El Salvador ha empezado a transitar a partir de la llegada del FMLN al poder, como si la inclusión de mujeres, niños y discapacitados en la agenda gubernamental fuera la única coincidencia digna de mención entre el socialismo bolivariano y los planes del Frente. De sobra entendemos que los puntos de encuentro incluyen medidas mucho más agresivas.

Por ejemplo, aprovechó su fervoroso discurso el candidato presidencial para recordar que hay medios de comunicación a los que su partido tiene en la mira desde hace rato. La suya fue una amenaza concreta a los periódicos, canales de televisión y estaciones radiales que adversan la instauración de un socialismo "a lo Chávez" en El Salvador. Pero no fue sólo eso. También se trató de un respaldo a las iniciativas estatales que en el hemisferio Sur han tratado de silenciar toda posibilidad de discrepancia con el tirano de turno.

"Ahora Venezuela es la luz revolucionaria socialista que ilumina a América Latina, el Caribe y el mundo", dijo Sánchez Cerén en Caracas. Una "luz" que, por cierto, ni siquiera ha alumbrado la verdad sobre el estado de salud de Hugo Chávez.

*Escritor

y columnista de El Diario de Hoy.