Varios analistas han planteado en sus columnas y otros espacios de opinión la existencia de una estructura dedicada al acoso cibernético en contra de personas que expresan críticas y puntos de vista que controvierten el discurso del presidente electo. Los seguidores más visibles de Bukele niegan que este grupo exista. Además, justifican los ataques en contra de disidentes acusándolos de tener vínculos partidarios con institutos políticos tradicionales. Así contextualizan las agresiones en un escenario abstracto, en el que los agresores son caracterizados como defensores del pueblo y los agredidos como emisarios enviados por “los mismos de siempre”.
Esta no es la primera vez que se vincula al próximo mandatario con este tipo de prácticas. El tema, de hecho, tomó fuerza en la campaña electoral pasada. Desde entonces ha sido discutido en varios contextos, incluso en foros académicos. He escuchado a varios científicos especializados en el estudio de este tipo de situaciones, por ejemplo, hablar con mucho interés sobre el caso de El Salvador. Todos, sin excepción, sostienen que las características del escenario político en que Bukele ganó las elecciones y las implicaciones que su victoria conlleva para el país, lo convierten en un caso especialmente relevante.
La existencia o no de una estructura creada no le resta o suma a la relevancia de la experiencia salvadoreña. La diseminación de contenido y la interacción digital en las redes sociales indudablemente jugaron un papel central en los resultados electorales de febrero. Esto es suficiente para que se dimensione, monitoree y analice la influencia de las redes sociales en la percepción ciudadana en El Salvador.
Distintos científicos han enfatizado la importancia de comprender cómo interactuamos en las redes sociales. Muchos estudios, por ejemplo, se enfocan en analizar cómo Rusia presuntamente ha instrumentalizado las redes sociales para manipular la opinión pública en favor de sus intereses geopolíticos. Un estudio de la Universidad de Hankuk, publicado en el 2017, por ejemplo, sostiene que Rusia ha lanzado campañas de desinformación, utilizando redes sociales y sitios de noticias falsas, con el objetivo de fomentar una actitud cínica en torno a instituciones públicas, figuras políticas y hasta leyes internacionales en países asiáticos y europeos, con el fin de crear condiciones favorables para su agenda internacional.
Un estudio publicado el año pasado en la revista académica American Journal of Public Health vincula supuestas cuentas troles rusas al controversial debate sobre las vacunas que ha dividido políticamente a Estados Unidos. Según la investigación, las posturas planteadas por dichas cuentas jugaron un papel crucial para generar desacuerdos alrededor del tema. Un estudio publicado por la revista European View en el 2016 argumenta que varias cuentas troles, supuestamente vinculadas al gobierno ruso, acosaron a finlandeses en las redes sociales como táctica para disuadir la difusión de opiniones que obstaculizaran sus objetivos políticos.
Un estudio realizado por académicos de la Central European University en Hungría, publicado en el 2018 en la revista Security Dialogue, sostiene que Rusia presuntamente usa las redes sociales al interior del país para establecer un autoritarismo tecnológico. Los autores etiquetan esta práctica como “neutrollization”. Explican que el objetivo es desplegar cuentas troles y sitios web que difundan contenido, disfrazado de activismo ciudadano, orientado a generar una actitud cínica entre la ciudadanía y propiciar un desinterés generalizado por la política. Así, mantienen los autores, las autoridades supuestamente logran desactivar los movimientos cívicos en redes sociales sin necesidad de recurrir a métodos abiertamente autoritarios.
Los resultados de estas investigaciones son, sin duda, provocativos. Además, ilustran la importancia de estudiar las interacciones digitales que suceden en las redes sociales, especialmente en países como El Salvador, en donde han demostrado su impacto e influencia.
Criminólogo@_carlos_ponce