El costo de las dictaduras

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25 March 2019

Las dictaduras, dijo el escritor Antonio Gala, se presentan acorazadas, porque han de vencer; las democracias, en cambio, se presentan desnudas, porque deben convencer. En esto último estriban las desventajas de las democracias cuando, por diferentes razones, deben enfrentarse a una dictadura. El convencimiento no hace mella en los dictadores.

Los dictadores contemporáneos surgen del seno de aquellas democracias con instituciones endebles, una oposición política débil y una población agobiada por crisis económicas y que por culpa de la deshonestidad de los gobiernos no logran percibir las ventajas de la democracia. Este estado de cosas provoca que las sociedades se desatiendan del sistema democrático y republicano, y se dejen seducir por el populismo y las promesas mesiánicas del tirano en potencia.

Muchas veces, los que pretenden subyugar a la población encuentran entre miembros de esa misma sociedad colaboradores que, por necesidad o intereses personales, sirven de cómplices para recortar la libertad de sus mismos pueblos. Otros se enraízan en el poder gracias a la complicidad pasiva de personas que encuentran más confortable someterse que defender su libertad.

Las dictaduras modernas son un mal que padecen las sociedades democráticas que lo permiten, como muy bien lo señaló Albert Camus: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las fallas de los demócratas”.

Al principio los dictadores pueden parecer tolerables y hasta populares; pero una vez logran acceder al poder, se apoderan de las instituciones, anulan la división de poderes —propia del sistema republicano— y reprimen, expropian, exilian y apresan a sus oponentes. Ese es el camino que usaron Ortega en Nicaragua, y Hugo Chávez y Maduro en Venezuela.

Nicaragua y Venezuela tienen en común el haber sufrido dictaduras —de derecha y de izquierda— a lo largo de los siglos XIX y XX, sustituidas de cuando en cuando por esporádicos periodos democráticos. En ambos casos, la única forma como las dictaduras fueron interrumpidas fue por medio de guerras civiles, es decir, mediante el uso legítimo de la fuerza.

Actualmente, Venezuela y Nicaragua se encuentran al borde de una guerra civil. Lo único que sostiene a las dictaduras de ambos países son sus respectivas fuerzas armadas. Cuando el ejército comience a retirarles su apoyo, el fin de Maduro y Ortega habrá comenzado.

Mientras eso sucede, ambos dictadores continuarán burlándose de los llamados a diálogo y haciendo caso omiso de las medidas de presión de los organismos regionales y de las pocas instituciones locales que aún mantienen algún grado de independencia. Mientras tanto, las crisis económicas provocadas por sus dictadores seguirá agudizándose y más nicaragüenses y venezolanos seguirán emigrando o muriendo.

Desde la llegada de Chávez al poder hasta hoy (sumando los seis años de Nicolás Maduro) la autodenominada Revolución Bolivariana ha provocado una caída del PIB de -18%, un desempleo del 34.3%, una inflación de más del 1,980,844%, además de 3.5 millones de expatriados y alrededor de 330,000 muertes violentas. ¡El doble de muertes que ocasionaron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki juntas!

Resulta claro, a la luz de estos dos trágicos ejemplos, que los llamados al diálogo, las negociaciones y las presiones diplomáticas no logran perforar la coraza de los dictadores y solo consiguen prolongar la crisis y el sufrimiento de los pueblos.

Las reglas y los métodos de la democracia solo funcionan cuando la competencia por el poder es entre líderes que respetan esas normas; pero no resultan efectivas cuando el enfrentamiento es entre desiguales.

Ningún dictador ha caído por desgaste, sino por derrocamiento. Una dictadura, por muy opresiva y corrupta que sea, no cae sola; para que caiga hay que empujarla, y empujarla de tal manera que no pueda levantarse más.

Expresidente de ANEP

@DaboubJorge