Las (no tan) nuevas amenazas a la libertad

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13 March 2019

En 1776 Adam Smith publicaba La Riqueza de las Naciones. Se estructuraban las ideas liberales que marcarían el paso de los siglos siguientes.

Algunos adversos al liberalismo suelen caricaturizarle como un pensamiento que defiende el interés de grandes empresarios. El pensamiento liberal no se decanta por el interés de un sector; defiende un valor: la libertad.

A algunos les sorprenderá que Smith nos advertía que una de las más graves amenazas a la libertad económica viene, precisamente, de círculos empresariales. En La Riqueza nos dijo: “Es raro que se reúnan personas del mismo negocio, aunque sea para divertirse y distraerse, y que la conversación no termine en una conspiración contra el público o en alguna estrategia para subir los precios”.

Y capítulos después sería más duro al señalar el riesgo que provocaba la intervención de ciertos grupos empresariales en el diseño de políticas públicas: “Me atrevo a afirmar que nuestras leyes tributarias más crueles son suaves y gentiles en comparación con las que el clamor de nuestros comerciantes y fabricantes ha arrancado a los legisladores en defensa de sus propios monopolios absurdos y opresivos. Igual que las leyes de Dracón, puede decirse que todas estas leyes están escritas con sangre”.

Smith propugnaba abrir los mercados y limitar al Estado, pero con igual intensidad reprochaba la mano visible de los empresarios que, a través de los políticos, construían leyes para protegerse de la competencia.

En 1944 Friedrich von Hayek anunciaba a oídos sordos la amenaza que el socialismo representaba para la libertad. Pero sus advertencias, igual que Smith, también se enfilaron contra sectores empresariales: “La batalla universal contra la competencia promete producir, en primera instancia, algo mucho peor en varios aspectos. Un estado que no dejará satisfechos ni a los planificadores ni a los liberales: una suerte de organización sindicalista o corporativa de industrias en la cual la competencia es más o menos suprimida, y la planificación se deja en las manos de monopolios independientes de distintas industrias”.

Luego, en 1957, Ayn Rand publicaba Atlas Shrugged, una de las novelas íconos del pensamiento libertario. Ahí Rand nos muestra que quien venezoliza a los Estados Unidos no son los comunistas, sino empresarios que, en connivencia con los políticos, van poco a poco destruyendo la iniciativa privada mediante la creación de políticas que les protegen de la competencia y les permiten parasitar de los más productivos.

Es usual que ubiquemos los ataques a la libertad económica en políticos y líderes que abrazan ideas socialistas. Pero es probable que, en estos tiempos, las mayores amenazas a los principios liberales no se encuentren ahí, sino en ciertos grupos empresariales.

En noviembre se cumplen treinta años de la caída del Muro de Berlín. Hoy la tendencia ya no es derribar muros, sino construirlos. Al asumir la presidencia, Donald Trump dijo: “Seguiremos dos simples reglas, comprar americano y contratar americano”. Y el primer golpe en esa dirección fue su incremento de aranceles al acero y aluminio.

El proteccionismo ha vuelto. Son tiempos difíciles para quienes simpatizan con la libertad, la competencia y la apertura comercial.

Siempre es prudente mantenerse vigilantes ante las amenazas a la libertad que representa el socialismo; el desastre venezolano no está ocurriendo en los ochentas, sino hoy. Pero en este entorno parece que debemos tener un particular cuidado con los empresarios que, en lugar de competir para ganarse el favor de los consumidores, competirán para ganarse el favor de los políticos de turno y obtener leyes y políticas que les protejan de la competencia en detrimento del bienestar de los consumidores.

La (no tan) nueva amenaza a la libertad es el mercantilismo.

Abogado

@dolmedosanchez