La cuaresma es un camino hacia la pascua de Jesús

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02 March 2019

El próximo miércoles 6 de marzo, la Iglesia inaugura el camino cuaresmal hacia la “Pascua”, fiesta cumbre del cristianismo. Será un tiempo privilegiado de gracia, misericordia, conversión a Dios, penitencia y perdón. Serán 40 días penitenciales que nos recuerdan algunos acontecimientos bíblicos: los 40 días de ayuno de Jesús en el desierto; los 40 años que el Pueblo de Dios pasó en el desierto; los 40 días que Moisés transcurrió en el Monte Sinaí; los 40 días de marcha de Elías para llegar al Monte Horeb, los 400 años que estuvo el pueblo de Israel en la esclavitud de Egipto.

El inicio de la cuaresma está ligado tradicionalmente a los carnavales que se celebran en varios lugares del mundo. Son días en los que abundan los disfraces, la música, los bailes y comparsas. Hay lugares en los que se conserva el arte y la cultura; en otros, hay desenfreno de pasiones y vicios que dejan profundos vacíos espirituales.

En el año 384 d.C., la cuaresma adquirió un sentido penitencial para los cristianos y desde el siglo XI la Iglesia de Roma impone la ceniza al inicio de los 40 días de penitencia y conversión. Es un rito austero que alude a nuestra debilidad y caducidad humana: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”, es al mismo tiempo un llamado directo a la conversión, “Conviértete y cree en el Evangelio” .

El Papa Francisco, en su Mensaje Cuaresmal 2019, nos recuerda las exigencias del Evangelio: “Este tiempo es un signo sacramental de conversión, una llamada a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual, mediante el ayuno, la oración y la limosna”. Ayunar es aprender a cambiar nuestra actitud con los demás asumiendo la capacidad de sufrir por amor para colmar el vacío de nuestro corazón. Para poner en práctica este llamado, debemos comprender que “ayunar” no es sólo abstenerse de comidas y bebidas: hay que ayunar también de nuestros egoísmos, vanidades, odios, murmuraciones, venganzas e impurezas. Ayunar incluso de cosas buenas y legítimas para reparar nuestros pecados, como lo es el ver menos la televisión, menos diversiones, abstenerse de gustos lícitos y regalar lo ahorrado a los mas pobres.

“Orar” sabiendo que necesitamos del Señor y su misericordia. En la oración, Dios va cambiando el corazón, lo hace más limpio, más generoso, lo trasforma de actitudes negativas y genera amor. “Dar limosna”, sabiendo que en el dar encontramos una verdadera felicidad. La limosna debe ir más allá de dar dinero: hay que enseñar al que no sabe, hay que compartir sonrisas y ofrecer el perdón a quien me ha ofendido. Recordemos a san Pablo: “Si repartiese toda mi hacienda no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Corintios 13, 3). También San Agustín es muy elocuente cuando escribe: “Si extiendes la mano para dar pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.

Abramos un puesto a Dios para que entre en nuestra vida. Necesitamos conocer nuestra propia realidad, saber lo que somos, quiénes somos, hacia dónde vamos y hacia dónde debemos ir. Si acompañamos a Cristo que camina hacia el Calvario, también participaremos de su pascua.

Sacerdote salesiano