La verdad en tiempos de “fake news”

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28 February 2019

Décadas después de su muerte, Adolfo Hitler sigue enterándose de los acontecimientos importantes. Su reacción siempre es la misma: se quita los lentes con mano temblorosa, manda desalojar la sala y estalla en gritos contra los que se quedaron. La escena se esparce en las redes sociales, y aunque en todas las versiones sus palabras son las mismas, los subtítulos cada vez nos enseñan más significados. Ni el más conocido de los dictadores del siglo XX se salvó de convertirse en meme.

Y es que hoy, usando conocimientos básicos de edición de imagen o video, cualquier personaje puede haber dicho lo que sea, o al menos eso se puede hacer creer. La selección del ejemplo no es por azar: el mismo Hitler y sus estrategas de propaganda (el original, no la versión de Bruno Ganz en el célebre video) comprobaron su propia teoría de que una mentira repetida mil veces puede llegar a parecer una verdad.

Desde los orígenes de la democracia representativa, desprestigiar al adversario ha sido una práctica normalizada. En El Salvador están frescos los efectos de la llamada “campaña sucia” y las técnicas de “rumorología”, antes de que las redes digitales se volvieran centrales en las dinámicas de información y socialización. Quizás aún haya personas que piensan que si Schafik Hándal hubiera sido presidente ya no tuviéramos biblias. En términos generales, el fondo de este fenómeno no es nuevo.

Pero en las actuales circunstancias la forma es determinante. La incursión de las redes ha ampliado tanto el abanico de las “fuentes” de información, que cada vez es más difícil para el público comprobar la autenticidad de las “noticias” que consume. Y esta es una condición que los grupos de interés político han aprovechado e intensificado en las campañas electorales recientes.

Aunque pareciera una cuestión menor, este fenómeno abre una inquietud frecuente sobre la opinión pública. Quien tiene la capacidad para “difundir una mentira mil veces” tiene el poder para “convertirla en una verdad”.

En sociedades tan influenciadas por las tendencias digitales, la proliferación de las “fake news” representa una amenaza en la medida que éstas alteran la noción sobre la realidad, con el fin de distorsionar acontecimientos, incluso difundir “hechos” que no ocurrieron o “declaraciones” nunca dichas. Esta capacidad de alterar las percepciones de “lo real” de por sí es grave, y lo es aún más cuando está concentrada en grupos de poder que la usan como estrategia para legitimarse simbólica y discursivamente en la opinión pública.

Ahora veámoslo en el mediano plazo: ¿hacia dónde va una sociedad cuya opinión o expectativa ha sido configurada sobre “hechos” alterados? Cualquier predicción es incierta. Lo más probable es que, ante una manipulación cada vez más evidente, la indignación de ese conjunto social ante la expectativa no alcanzada pueda devenir en una crisis de credibilidad, y no solo en las fuentes de la información falsa. Los impactos negativos en este escenario pueden ser profundos, y para evitarlos cada quien debe asumir su parte.

Los partidos y fuerzas políticas, ya sea por vocación democrática o al menos por estrategia, deberían reflexionar sobre esas lesiones colectivas que generan las “fake news” a la sociedad, y cómo las instituciones que conducen tarde o temprano serán golpeadas. Los medios de comunicación y el periodismo (cuya propia credibilidad se ha visto afectada y tienen gran responsabilidad en ello) deben entender su rol en esta etapa de la historia, y sobre todo, pensar con cabeza fría la forma de mantenerse como opción real de información para un público cada vez más renuente a dogmas estáticos. Y ese público, la ciudadanía, también debe ser responsable hasta con la información que diariamente consume y difunde.

En estos tiempos de “fake news”, la verdad debe abrirse puertas en todas partes.

Activista y gestor de

proyectos comunitarios