¡Salud! Brindando por la birria artesanal salvadoreña

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23 February 2019

Hacía un calor de 33 grados centígrados a finales de julio pasado en la capital gringa, Washington, DC, pero la humedad aplastante hacía que se sintiera como de cuarenta y pico. El equivalente a vivir en un sobaco, pero envueltos en plástico de envolver cuadernos.

Aprovechando las tardes que duran hasta las 9:00 de la noche, la gente abarrotaba bares y restaurantes, incluido uno que se llama El Tamarindo y cuya especialidad es la comida salvadoreña y mexicana. Todo un truco de marketing, por supuesto, pues para los estadounidenses que no saben distinguir entre productos derivados del maíz, los vivos que ofrecen en el mismo menú guacamole y pupusas terminan vendiendo doble.

En ese menú confuso solo para mexicanos y salvadoreños es que la leí acá por primera vez con la emoción de quien celebra un golazo de la Selecta en territorio extranjero. Ahí, compitiendo en las grandes ligas con otras botellas internacionales: Cadejo, cerveza salvadoreña artesanal. Los ingeniosos juegos de palabras que diferencian a las variedades de Cadejo no las entendió nadie con quien compartía mesa esa noche, pero sí entendieron mi orgullo cuando les expliqué de que hace no tantos años, lo más cercano a orgullo cervecero en El Salvador se limitaba a lo que nos ofrecían los conglomerados corporativos gigantescos multinacionales que absorbieron nuestra industria cervecera y que, fuera de la Regia y la Suprema, los nombres de nuestras cervezas no se mercadeaban en español, apelando como siempre a nuestro malinchismo aspiracional.

Y ahora, El Salvador se encuentra en medio de un renacimiento cervecero que nos pone al mismo nivel de las ciudades más interesantes alrededor del mundo. Ahora, puede un visitante despedirse del terruño disfrutando de una última Cadejo en el espacio modernísimo que han abierto en el recién remodelado aeropuerto. Y no son la única opción. En el súper da gusto encontrar más de una variedad de las cervezas de Sivar Brewing Company. En mi más reciente visita a San Salvador, acompañé varias cenas con Santo Coraje, la birria artesanal inspirada en tradición alemana, pero adaptada al paladar salvadoreño. Y le va bien el nombre, porque ha de haber requerido coraje en un país donde nos falta mucho por avanzar en temas de equidad de género, decidir ser la primera mujer en apostarle a la cerveza artesanal como carrera. Eso es lo que Ceci Cruz Palma, la maestra cervecera detrás de las Santo Coraje, hizo.

Antes, para explicar los motivos por los que la cerveza clara dominaba la oferta cervecera en el país, decían que era porque los salvadoreños no teníamos el paladar para apreciar cervezas con tonos y amargores más complejos, contradiciendo la riqueza y pluralidad de nuestra gastronomía. Decían que la cerveza artesanal tenía pocos prospectos de éxito en El Salvador porque el salvadoreño es “bolo barato” que prefiere consumir volumen sobre calidad. Decían que intentar venderle cerveza artesanal (necesariamente más cara por la escala a la que se produce) sería un suicidio financiero y que era imposible competir con los conglomerados, por su facilidad de escalar costos y su capacidad de distribución masiva.

Quizás quienes decían eso no estaban equivocados hace un par de años. Pero qué suerte que tenemos emprendedores que sabían que hay mercados que para que existan, hay que crearlos. Sabían que los paladares y las culturas son flexibles y aprenden. Que existe un mercado para quienes disfrutan la cerveza por su sabor y no solo por sus efectos. Y qué suerte tenemos de que se hayan atrevido a tirarse a la aventura de crear cerveza artesanal con sabor, valores, mercadeo, y visión única y orgullosamente salvadoreña, que en vez de avergonzarse de lo propio, lo celebra y lo promueve como de altísima calidad. Estos emprendedores han contribuido a nuestra cultura gastronómica en proporciones históricas. ¡Un brindis por ellos!

Lic. en Derecho de ESEN, con

maestría en Políticas Públicas

de Georgetown University.

@crislopezg