Generalizaciones y sesgos

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22 February 2019

En mis tiempos de estudiante había un maestro que, cuando alguien no le contestaba bien una pregunta, se molestaba y se iba contra todo el grupo diciendo que éramos unos haraganes desinteresados, que no valía la pena tratar de enseñarnos y que todos estábamos condenados al fracaso. El tiempo no le dio la razón pues de esa generación hay ahora excelentes profesionales y especialistas muy hábiles que han triunfado aquí y en el extranjero. Había otro que lo que le enfurecía era ver el aula medio vacía, considerando esto como muestra de una juventud apática. Lo irónico era que la tomaba contra nosotros, los que sí habíamos asistido a clase.

Es una tendencia natural del ser humano el generalizar, atribuir a todo un grupo características de individuos particulares con quienes tienen algún punto de coincidencia. El hacer generalizaciones no es necesariamente erróneo; es hasta cierto punto inevitable pues nos permite dar orden a las cosas. Yo mismo estoy generalizando al decir que es tendencia natural humana el generalizar. Hay generalizaciones inobjetables como las que derivan de las matemáticas y otras ciencias exactas. El asegurar que los jóvenes tienden a ser más impulsivos e idealistas que las personas mayores es válido, especialmente porque, además de la simple observación, esto ha sido verificado por instrumentos científicos.

El problema se da cuando la generalización se basa en factores emocionales más que en la evidencia. Y hay pocas cosas en que lo emocional influye más que en la religión y en la política. En ambas la carga emocional puede ser tan fuerte que llega a alterar las percepciones a niveles extremos y a que se formulen generalizaciones muy sesgadas e injustas.

El concluir que los sacerdotes católicos tienen una inclinación a la pedofilia en base a los casos sospechados y comprobados es una generalización injusta. Por ser un crimen atroz que daña a seres indefensos produce una natural indignación. Pero esta indignación lleva a muchos al extremo de aseverar que la institución del sacerdocio está pervertida y que todos los católicos aceptan sin más estas actuaciones. La realidad es muy distinta pues la inmensa mayoría de católicos, tanto sacerdotes como feligreses, condenan severamente estos delitos y están muy claros en reconocer que los sacerdotes que los han cometido no solo deben ser expulsados de la Iglesia sino que también deben ir a la cárcel como delincuentes comunes. Pero la generalización hace que paguen justos por pecadores.

Con la política sucede otro tanto. La efervescencia emocional que produce puede llegar a afectar significativamente la objetividad y dar lugar a generalizaciones precipitadas, sin corroboración. Una de ellas es afirmar que todas las personas que simpatizan o pertenecen a un partido político apoyan todo lo que éste hace, aun lo negativo. Pero se puede simpatizar con un partido por su visión de la realidad, por su filosofía o por su posición ante determinados aspectos sociales, y al mismo tiempo censurar sus errores y las malas actuaciones de sus miembros. La corrupción, el mal uso del poder y el oportunismo son siempre negativos, independientemente de la inclinación política.

En una sociedad las generalizaciones pueden llevar a situaciones peligrosas. La formación de estereotipos da lugar a los prejuicios que, si se dejan crecer, terminan provocando consecuencias nefastas. El racismo es una forma extrema de generalización y todos sabemos hasta qué extremos puede conducir. Nadie tiene el monopolio de la verdad, ni mucho menos de la virtud.

Médico siquiatra