Hay demasiados motivos para que, como salvadoreños, nos sintamos molestos por los políticos que durante estas últimas décadas hemos elegido. Me detengo, no en la primera parte del enunciado anterior, sino en la última: hemos sido nosotros los salvadoreños los encargados de elegirlos. La democracia no es perfecta, decía Churchill. Es la mejor forma que tenemos para elegir a los gobernantes y nuestra historia parece estar demostrando que no la hemos aprovechado al máximo. Llevados por aluviones de entusiasmo derivados de campañas vacías en propuestas y llenas de cultos a la personalidad, ahí están en el historial quienes elegimos por mayoría a que nos llevaran al lugar en el que ahora estamos.
Yo soy uno más entre los molestos con cada uno de los presidentes que ha tenido, o mejor dicho, que le hemos elegido a este país. Cada uno ha dejado pasar la posibilidad de hacer crecer a El Salvador, estancándolo en la desconfianza, la desesperanza, el desánimo, a la vez que avanzan su estatus personal a costa de olvidarse de la premisa principal de su obligación con los ciudadanos de este país. Mi molestia no me dejará ciego ante la necesidad de encontrarle salida a los problemas del país, recordando primordialmente que la obligación de elegir recae en los salvadoreños, como yo. Sin embargo, la salida no se encuentra en cualquier elección, menos en una tomada desde el enojo, la sed de revancha, la irritación.
“Zapatero a tus zapatos” me dicen siempre que hablo de otro tema que no sea el deportivo. Es un reclamo absurdo que dejaría sin opinión sobre temas políticos a cualquier profesional. Médicos, ingenieros, estudiantes salvadoreños se quedarían sin la libertad de expresarse fuera de su quehacer, lo cual sería una limitación severa al pluralismo y a la participación democrática. Además. No sé a qué zapatos se refieren si los míos fueron hechos en El Salvador, por salvadoreños. Entiendo que lo que incomoda es que un actor pensante opine. No vivir en El Salvador es otro argumento que lanzan para intentar desacreditar la opinión, y ese tiene algún mérito. No vivo de cerca el constante acoso de la violencia reinante, ni la decepcionante proyección de crecimiento económico, ni el aislamiento diplomático. Y, sin embargo, vivir fuera del país no significa vivir al país de lejos. Desacreditar opiniones en virtud de la distancia implicaría silenciar las voces de millones de salvadoreños inmigrantes, cuyos sueños y motivaciones continúan siendo parte de la historia que escribimos como nación.
El Salvador está enfermo. Diagnosticado desde hace tiempo con muchos malestares graves como el alto índice de violencia, el deteriorado sistema de salud, junto a un destrozado sistema educativo que genera una incesante hemorragia estudiantil. De los males podemos hacer libros y varios tomos. Estas enfermedades requieren un tratamiento de largo plazo y no cualquier medicina. Seguro no las vencidas que abarrotan las estanterías de tantos hospitales nacionales, pero mucho menos las que se presentan en coloridos botes vacíos. El Salvador, este paciente al que tanto queremos, ya no merece que le den cucharadas de división social, o pastillas de resentimiento artificial, del que a diario se manufactura en campañas manipulativas en las redes sociales.
Lo del domingo no es una encuesta para conocer cuán molestos estamos los salvadoreños con los políticos del pasado. Lo del domingo es una elección de los políticos del futuro. Es votar por el candidato que mejor receta ha presentado para el paciente este que tanto queremos. Es elegir a quien liderará uno de los tres poderes del Estado salvadoreño. El que hará fuerte la República. Es la elección por quien está más capacitado para empezar a saldar las deudas de esa silla presidencial con su gente.
En esta era en la que aparentemente la lectura es una costumbre perdida, para mí será un premio que lleguen hasta este último párrafo entendiendo que no me lo he escrito para que hablemos de política y sí para que cuando quieran nos sentemos a tomar un café y charlemos de obligaciones ciudadanas, de conciencia de país. ¿A quien le conviene seguir hundido en el lodo de la pobre educación? Solo a quienes de la pobre educación de un ciudadano, hacen un voto. Detrás de un voto educado existe responsabilidad y ante esto, la plena convicción de saber que en una elección presidencial se debe elegir a quien mejor equipo de trabajo puede llevar para sacar al enfermo de cuidados intensivos.
Exatleta, periodista y comentarista deportivo internacional.