El Estado

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30 January 2019

"El Estado tiene la misión de ilustrar, desarrollar, agrandar, fortalecer y santificar el alma de los pueblos (…)

Dado que, por un lado, todos nos dirigimos al Estado con alguna demanda semejante y, por otro, es innegable que el Estado no puede satisfacer a unos si no es a costa de otros, en espera de otra definición del Estado me creo autorizado a proponer la mía (…) el Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo se esfuerza por vivir a expensas de todo el mundo.

Porque, hoy como antaño, cada uno, más o menos, quisiera aprovecharse del trabajo ajeno. Intentamos ocultar este sentimiento, disimularlo incluso ante nosotros mismos. Y entonces ¿qué se hace? Imaginamos un intermediario, nos dirigimos al Estado (…)

El Estado estará encantado de seguir el diabólico consejo; pues está formado por ministros, funcionarios, hombres en fin que, como todos los hombres, llevan en el corazón el deseo y aprovechan siempre con ardor la ocasión de aumentar sus riquezas y su influencia (…). Será el árbitro, el amo de todos los destinos. Tomará mucho, se quedará con una buena parte. Multiplicará el número de sus agentes. Ampliará el círculo de sus atribuciones. Terminará por adquirir proporciones aplastantes (…)

El Estado no es tonto ni puede serlo. Tiene dos manos, una para recibir y otra para dar; dicho de otro modo, la mano fuerte y la mano suave. La actividad de la segunda está necesariamente subordinada a la actividad de la primera. En rigor, el Estado puede tomar y no dar, lo cual se explica por la naturaleza porosa y absorbente de sus manos, que retienen siempre una parte y algunas veces la totalidad de lo que tocan. Pero lo que nunca se ha visto, lo que jamás se verá y ni siquiera puede concebirse, es que el Estado dé al público más de lo que de él recibe (…)

Porque entre el Estado que prodiga promesas imposibles, y la gente que concibe esperanzas irrealizables, vienen a interponerse dos clases de hombres: los ambiciosos y los utópicos. Su papel está totalmente trazado por la situación. A estos cortesanos de la popularidad les basta gritar a los oídos del pueblo: ‘El poder te engaña; si nosotros estuviéramos en su lugar, te colmaríamos de beneficios y te liberaríamos de los impuestos’.

Y el pueblo cree, el pueblo espera y el pueblo hace una revolución (…)

Desengáñense. Los cortesanos de la popularidad no sabrían su oficio si no tuvieran el arte, mientras muestran la mano suave, de ocultar la mano dura (…)

Ciudadanos, siempre han existido dos sistemas políticos, y ambos pueden apoyarse en buenas razones.

Según uno, el Estado debe hacer mucho, pero también debe tomar mucho. Según el otro, esa doble función se debe hacer sentir poco. Es preciso optar entre ambos sistemas.

Pero en cuanto a un tercer sistema, que participe de los otros dos y que consista en exigir del Estado sin darle nada, es quimérico, absurdo, pueril, contradictorio, peligroso.

Quienes defienden ese tipo de Estado para darse el placer de acusar a todos los gobernantes de impotencia y exponerles así a sus ataques, son unos aduladores que tratan de engañarles, o que por lo menos se engañan a sí mismos”.

Todo esto lo escribió Frédéric Bastiat en 1848. Mark Twain decía que la historia no se repite, pero rima. De ahí que esas palabras nos parezcan tan actuales.

Tal vez lo dicho por el francés nos sirva para moderar nuestras ilusiones respecto al candidato por quien votaremos el próximo domingo. Mejor hagamos de lado esa fe en héroes, y, en su lugar, mantengamos una sana desconfianza en el poder.

Abogado @dolmedosanchez