La hora de la verdad

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29 January 2019

Las dos décadas de “revolución bolivariana” están llegando a su fin, con el reconocimiento de la mayor parte del mundo libre al presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como presidente provisional de Venezuela para que la conduzca hacia la realización de elecciones libres.

La mayoría de venezolanos está en contra de Nicolás Maduro y la aturdida cúpula chavista que le rodea, ya que la crisis se transformó en catástrofe de carácter humanitario. El apoyo de los generales es lo que sostiene al régimen de Maduro, ya que a nivel internacional, como se vio en Naciones Unidas durante el fin de semana, la batalla parecería tenerla pérdida. Dos presidentes para un mismo país, extraña ecuación que carece de sostenibilidad.

A cuatro días para nuestra elección presidencial, lo que acontece en Venezuela no debería ser para nosotros un asunto baladí. Si bien es verdad que el “chavismo” como tal está en sus estertores, el populismo/autoritarismo, mal endémico de la sociedad latinoamericana, permanece vigente. El esquema ha sido llegar democráticamente al poder explotando el descontento de amplios sectores poblacionales hacia el status quo y en muchos casos, cooptar desde ahí a los demás órganos del Estado. Esto es algo que transciende fronteras y es acá cuando la medicina se vuelve peor que la enfermedad. Para muestra un botón: Nicaragua.

Pesos y contrapesos requiere la democracia, que predomine el Estado de Derecho y se respeten las libertades individuales. En el debate que surgió en el mundo tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Sir Winston Churchill, con la brillantez que le caracterizó, dijo en un apasionado discurso ante la Cámara de los Comunes que “muchas formas de gobierno han sido probadas y se probarán en este mundo de pecado e infortunio. Nadie pretende que la democracia sea perfecta u omnisciente. En verdad, se ha dicho que es la peor forma de gobierno excepto todas las demás formas que han sido probadas en su oportunidad”.

A la víspera de ir a las urnas en cumplimiento de nuestra responsabilidad ciudadana, quien escribe es positivo con el presente y futuro del país. Pasó “el cambio” y el gobierno de Funes, más un gobierno puro y duro del FMLN, y la institucionalidad democrática ha continuado fortaleciéndose, producto en parte de la decidida acción de la sociedad civil —vale recordar el decreto 743— pero también porque la lucha contra la corrupción es de alcance global, los controles financieros son cada vez más estrictos y nunca antes habíamos tenido en nuestra América Latina tantos funcionarios y exfuncionarios de primer orden siendo procesados judicialmente.

En cuanto a nuestro país, gane quien gane en primera o segunda vuelta, el desafío es enorme, porque si bien no hubo retroceso en cuanto a institucionalidad democrática, sí lo ha habido en los diferentes indicadores que tienen que ver de forma directa con la calidad de vida de los ciudadanos. Por ello, confianza se vuelve la palabra clave para que pueda el nuevo gobierno fomentar la inversión y lograr aumentar el crecimiento económico, generar puestos de trabajo y lidiar así con el problema de la inseguridad ciudadana con una visión integrada donde el Estado actúe como un todo en el territorio y no en compartimentos estancos como lo ha venido haciendo. Acuerdos, no pleito, es lo que requerimos.

Llegada la hora de la verdad, cabe parafrasear a Goethe: solo merecen vivir en libertad aquellos que están dispuestos a salir en su defensa día tras día.

Abogado y periodista