Sobre el triángulo de la esperanza de Carlos Calleja

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28 January 2019

El triángulo es un símbolo lleno de energía y fuerza; impregnado de significados como creatividad, armonía, proporción, ascenso, integración y culminación. Imposible encontrar un símbolo mas apropiado para transmitir esperanza a un pueblo doblegado por la corrupción e ineptitud de una izquierda fracasada y amenazada por el populismo anárquico y sin sentido.

La Esperanza es la confianza de lograr una cosa o de que se realice algo que se desea. En el caso de El Salvador se traduce en el anhelo de todos los salvadoreños de conformar una Patria segura, educada, generadora de empleo y centrada en garantizar la salud y dignidad humana. Al unir ambos conceptos descritos conformamos el Triángulo de la Esperanza, una forma simple y sencilla de trasladar un concepto de gobierno. Fácil de entender difícil de lograr sino lo es a través de un liderazgo decidido, honesto, transformador y visionario.

El triángulo de la Esperanza es vectorial y equilátero, en que cada uno de sus lados imprime a la integralidad del concepto un mismo soporte. La seguridad hace referencia a la ausencia de peligro o riesgo y es la condición básica para garantizar las condiciones que generan el desarrollo. Este último a su vez, genera el potencial nacional que permite el fortalecimiento del poder nacional como instrumento para establecer las condiciones objetivas y subjetivas de la seguridad. Establecido el círculo virtuoso de seguridad y desarrollo, el empleo surge como consecuencia. La seguridad genera la condición, el desarrollo su extensión y el empleo la concretización de un país próspero. Una tasa elevada de empleo no sólo garantiza la estabilidad de una economía sino también sienta las bases para el desarrollo personal, familiar y nacional.

Cierra la dinámica del triángulo la educación, que cómo lo señalo algún día un connotado biólogo estadounidense’, “ ... es la llave para abrir la puerta de oro de la libertad”. Un pueblo educado no sólo colabora en su seguridad, sino que la defiende; el empleo y la educación no sólo son un binomio que van de la mano, sino se retroalimentan positivamente uno al otro.

El triángulo carecería de sentido sino está en su centro la salud y la dignidad humana. Un pueblo saludable es la base del bienestar de una sociedad, es la condición que permite evolucionar y prosperar. En ese contexto necesitamos un gran acuerdo nacional en salud con una nueva visión de país, que la vea como bien público y como un derecho humano fundamental, donde se garantice un modelo de gestión, de financiamiento, de atención y de provisión comprometidos con la población y articulado por un moderno sistema de salud integrado Ese acuerdo debe tener como brújula la definición de la OMS, apostándole a la prevención sin descuidar la atención curativa, rehabilitativa y paliativa; con medicinas para todos, con citas y cirugías a tiempo, con un sistema de emergencias que funcione, con infraestructura adecuada, cuidando y desarrollando el talento humano, observando el nuevo perfil epidemiológico y demográfico, los determinantes socioeconómicos de la salud, el cambio climatológico, etc.

Solo se reconoce la importancia de la salud cuando se pierde y es por mucho una de las principales responsabilidades de cualquier gobierno para con su pueblo. Finalmente, todo lo anterior carecería de sentido sino va encaminado a asegurar la dignidad humana. El que todos y cada uno de los miembros de un Estado se sientan valorados, que contribuyen en el beneficio de la colectividad y más importante aún que se les respeta su derecho a autodeterminarse.