El futuro en sus ojos

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26 January 2019

Esta historia ocurrió un día común y corriente, como cualquier otro de esos días en los que un padre comparte con sus hijos. Ahí estaban mis tres hijos cenando conmigo, como hemos cenado cientos de veces. Yo, perdido en mis cavilaciones, luego de haber asistido a una conferencia del Banco Mundial y del BID sobre la situación de El Salvador. Pensando en todos los retos que tiene nuestro país para el próximo quinquenio.

Salí de mis pensamientos, al “aterrizar” que todos los retos que tiene este país no son algo abstracto, realmente nos estamos jugando el futuro de nosotros y de nuestros hijos. Realicé que el tipo y calidad de vida de esas tres personas que tenía frente a mí, así como de varios millones de personas más, iba a ser forjada por la decisión que tomemos este próximo 3 de febrero.

Según las cifras del Banco Mundial, en El Salvador la clase media que no supera el 20 % de la población y se ha mantenido estática durante los últimos 20 años. Ello indica que, en nuestro país los pobres suman casi el 70 % de la población y durante décadas se han mantenido en esa misma condición, la misma que probablemente vivieron sus abuelos, padres y que ahora atraviesan ellos y sus hijos. Para los analistas, la pobreza representa una variable estadística, pero para quien la vive, constituye una tragedia que parece nunca terminar.

Según un informe del Banco Mundial, emitido en 1950, la pobreza en El Salvador sería el factor catalizador para el desarrollo de violencia social. Tres décadas más tarde, esa profecía se cristalizaría en una sangrienta y devastadora guerra civil, cuyas heridas, en muchos sentidos, aún permanecen abiertas. Ya en el Siglo XXI, esas mismas palabras —redactadas en un informe que a pesar de haber sido escrito hace 70 años, continúa siendo dolorosamente vigente— nos hacen entender que el verdadero origen de las maras es la pobreza, exclusión y falta de esperanza en el futuro, que sufren nuestros jóvenes, así como otros segmentos sociales.

De acuerdo con los análisis de diversos organismos internacionales, la situación del país es extremadamente compleja: el caudal de nuestros ríos se reduce, por lo que el gobierno se verá en una situación sumamente delicada para servir de agua potable a la población durante los próximo 20 años. El 48 % de nuestra red vial está en mal estado, lo que le resta competitividad a nivel regional. La inversión que el Gobierno de El Salvador hace en infraestructura, está abajo del promedio africano. Y si eso no fuera suficiente, tenemos que agregar el hecho que el país ha sido calificado muy por debajo de las naciones desarrolladas, en términos del “doing bussines”, es decir, de la posibilidad de hacer negocios de forma ágil, rentable y eficiente. Pero lo más doloroso de todo, es que cuando acabes de leer este editorial, algún ciudadano habrá perdido la vida en alguna acción violenta en alguna parte de nuestro país.

Ahora es nuestro deber escoger a quien queremos que nos gobierne, que nos saque de este lío, que nos señale la ruta del desarrollo por la cual podamos todos juntos transitar, y dejar atrás, de una vez por todas, siglos de pobreza y estancamiento que ha provocado injusticias sociales y guerras y que hoy por hoy nos tiene sumidos en una demencial ola de delincuencia.

Elegir a nuestro próximo presidente no es algo que podamos tomar a la ligera o dejar “en manos de otro”. Tenemos que votar y al hacerlo, reflexionar sobre cuál es la mejor opción, el mejor plan, el mejor equipo. El efecto derivado de la decisión que tomes, será de tu exclusiva responsabilidad.

En lo personal, me siento optimista, sé que ahora escogeremos bien. Faltan escasos días para el cambio. Abrazo a mis hijos y vuelo a tener fe en nuestro futuro, en ese futuro de paz, progreso y libertad que puedo ver en sus ojos.

Abogado, máster en Leyes

@MaxMojica