Política y realidad

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25 January 2019

Ha escrito un pensador que “lo real es aquello que resiste al poder de la interpretación. Lo real no siempre coincide con la realidad pues esta última con frecuencia es el velo que cubre la rugosidad escabrosa, lo incorregible, de lo real”. Se expresa así para tratar de explicar la distancia que separa lo que las cosas, los hechos, son, y el modo en que cada uno de nosotros entra en relación con ellos.

Desde la teoría del conocimiento se distingue la realidad (lo que cada uno entiende como el mundo que le rodea), de lo real (el mundo independientemente de quien lo conozca, o de quien entre en relación con él). Lo real es lo concreto, independiente, permanente. La realidad, lo que cada uno capta, presupone lo real, al mismo tiempo se convierte en algo personal, mudable con el tiempo debido a la memoria, experiencias y educación de quien lo conoce.

Esto lo saben perfectamente los publicistas y se esfuerzan en presentar su producto (lo real), de modo tal que se acomode, se acople, con la necesidad (la realidad) de los consumidores y se vean motivados a comprarlo. Y si lo saben los publicistas, los que diseñan campañas políticas no se quedan atrás, pues tal como estamos viendo en estos días, cada candidato ha sido convertido por sus ejecutivos de campaña en una especie de “producto” que debe ser reconocido por los votantes como la mejor opción para solucionar sus problemas (de seguridad, educación, salud, económicos, etc.), para hablar de campañas positivas; o como la única opción viable para quitar del camino a otros políticos presentados como corruptos, aprovechados o simplemente ineptos, si se quiere enfocar el tema desde el lado oscuro —sucio— de la propaganda.

Y, por supuesto, lo saben muy bien los políticos, los buenos políticos, que hacen suyo aquello de que en la contienda por el poder lo importante no es lo que las cosas son, sino lo que parecen; pues, al final del día, como se demuestra una y otra vez, los electores dan su voto a quienes ellos consideren el “mejor”, sin importar que esa opinión tenga como fundamento la apariencia física, la preparación académica, la experiencia de vida, la integridad moral (manifiesta o imaginada), la esperanza que suscita o la confianza que genera, así como cualquier otro aspecto que para el votante concreto justifique marcar la casilla correspondiente en la boleta electoral.

La percepción que crea un manejo hábil de la propaganda genera tanta seguridad en las personas que, aún a pesar de que el político de su elección una vez en el poder traicione todas las promesas de campaña, se haya enriquecido a ojos vistas durante los años en que estuvo en el poder, o simplemente haya sido un inepto para ejercer el cargo, siempre habrá gente que vote por él. Y, de la misma manera, cuando el mercadeo y la proyección de imagen logra sembrar en nosotros una percepción negativa de un político, o del partido cuyas ideas defiende, no habrá logros positivos, ni trabajo bien hecho, que corrijan la percepción que un buen trabajo propagandístico produce en la mente y en la emotividad de los electores.

Sin embargo, el hecho mismo de que podamos reflexionar sobre esto, que lo dicho hasta aquí pueda tener sentido para quien lo lea, es una confirmación de que la percepción de la percepción, y la reflexión sobre nuestros conceptos y estimaciones, sí que es posible.

Nos espera una semana de saturación de propaganda. Nos vamos a encontrar a los candidatos “hasta en la sopa”… por eso me ha parecido oportuno dejar estas ideas como preámbulo y elementos de juicio para aprender a discriminar realidad y percepción, propaganda y hechos, a la hora de reflexionar y decidir —lo más objetivamente posible— a quién le otorgaremos nuestro voto.

Ingeniero

@carlosmayorare