Y usted, ¿por quién va a votar?

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25 January 2019

¡Eso a usted no le interesa! —respondió airadamente el radioescucha a la pregunta que le había formulado el curtido político invitado al programa.

—Vaya, salió maleducado el amigo, de seguro es de los que votan por… esos siempre salen malcriados —bromeó con alegre elegancia el entrevistado, quien en esta ocasión sí logró mantenerse dentro de los límites de la más educada cortesía, a decir verdad. Tenía más de quince minutos atendiendo las llamadas del público (a pesar de los intentos del entrevistador por cerrar el teléfono para volver a la entrevista) luego de haberse procurado un largo cuarto de hora de solitaria exposición. Había sabido aprovechar con gracia las preguntas del entrevistador y se había dedicado a defender con alambicados pero informados argumentos al candidato de su predilección.

Lo de informados argumentos lo digo porque él habría sido el candidato de ese partido si no le hubieran comido el mandado la última noche, por lo que, cuando hablaba de los acuerdos a los que supuestamente llegaron candidato y partidos, se podía suponer que lo decía porque lo sabía de buena fuente. Pero como los políticos en campaña dicen de todo y este, como dije, es de los vivos y con experiencia larga, pues la duda siempre queda. Más se yergue la duda de si se han escuchado también otras versiones que van en sentido distinto sobre el mismo hecho, versiones también verosímiles, que afirman que ese pacto tiene distintos objetivos, otros conocidos operadores y otros protagonistas que no salen a la luz porque no pueden o no les conviene. Pero el molesto radioescucha no se quedó callado y siguió expresando —siempre en tono airado que restaba seriedad a sus argumentos— las razones por las que él nunca votaría por ese candidato y las que lo llevaban a pensar que su voto estaría mejor direccionado si se lo ofrecía a otro partido en liza.

Se ha conmemorado en este mes, de manera más recatada que en años anteriores, la firma de los Acuerdos de Paz que en 1992 lograron callar las armas que unos hermanos apuntaron contra otros que eran considerados enemigos jurados solo por pensar distinto. Todavía se disparan armas que matan dirá alguien, pero no como antes responderán quienes estuvieron en las líneas militares o sufrieron en sus casas los horrores de las ofensivas militares. Miles de quienes acudirán a las urnas en febrero no tienen ni idea de lo que estoy recordando, pero usted que ya usa anteojos para leer esta columna es casi seguro que sí. Usted recuerda esos tiempos y se pregunta cómo pudimos llegar a eso. ¡Qué escena impensable era poder escuchar en la radio o ver en la televisión a personas de distinta ideología discutiendo —no importa cuán acremente— pero sin llegar a temer por su vida por hacerlo!

Por eso me gustó tanto el trozo del programa radial que pude escuchar: puntos de vista distintos siendo aireados, en un literal sentido del término, ante la población. Lástima que el oyente se dirigió al entrevistado en ese tono: ¿inseguridad, temor, resabios del pasado? En otros programas, hemos visto y escuchado fogosas discusiones sin llegar a insultar o denostar al que piensa distinto. Usted habrá estado en reuniones de amigos en los que puntos de vista opuestos son ventilados, la discusión sube de tono, pero la amistad permanece. Hasta discusiones familiares he presenciado en los que la esposa defiende un partido o candidato, el padre a otro y el hijo a otro distinto. Eso no era posible antes, me recuerdo. Nuestra democracia se consolida, bemoles considerados. Y me alegro. Por difícil que le pueda resultar decidirse por alguno de quienes contienden, no se quede sin responder la pregunta de arriba y vaya a votar. Aprecie su voto. No es poca cosa lo que, en este país, significa poder votar como lo haremos en dos domingos.

Psicólogo