El fin del reino de la mentira

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25 January 2019

El régimen del Socialismo del Siglo XXI está en el proceso de descomposición en Venezuela. Su fracaso no es ideológico en el sentido de una izquierda derrotada por una derecha. Como he insistido varias veces en este espacio, es un error al llamar “izquierda extrema” al comunismo o a los regímenes tiránicos que se llaman socialistas como el de Venezuela, Nicaragua o Cuba, como si estos países fueran similares a Suecia, Islandia, Dinamarca y similares, solo que llevados al extremo. Ciertamente, los países nórdicos tienden a ser de izquierda, pero su característica principal, definitoria, es que son democracias basadas en el respeto a los derechos individuales. Ni Venezuela ni Nicaragua ni Cuba son países que llevan al extremo la democracia o el respeto a los derechos individuales. Están en contra de ellos.

Ciertamente, que los países nórdicos presentan diferencias con los países desarrollados de derecha —sus servicios sociales son más extensos. Pero estas cosas que los diferencian de los desarrollados de derecha tampoco son características de Venezuela, Nicaragua y Cuba. Al contrario, en esos últimos los servicios sociales son pésimos. Además, esos tres países tienen economías muy mal manejadas, mientras que los países nórdicos tienen economías muy sanas, basadas todas en el mercado libre, que los ponen en el grupo de los países más ricos del mundo. Venezuela ha sido tan mal manejada que estaba creando una crisis social, económica y política sin precedentes en la región.

Es decir, lo que se está terminando en Venezuela con Maduro no es una ideología legítima de izquierda sino una tiranía arcaica del tipo del Siglo XIX. Al mismo tiempo está cayendo el reino de la mentira en la que estuvo basada.

Esta mentira tenía muchas dimensiones. Una de ellas era precisamente pretender que era un régimen de izquierda interesado en problemas sociales cuando en realidad era un régimen corrupto que usaba su supuesto interés social como un instrumento para adquirir el poder total económico y social, para luego usarlos para beneficio propio de sus líderes. Habiendo subido al poder acusando a todos los partidos políticos y a todos los jueces y diputados de corrupción, Chávez usó su poder para dividirlos y prácticamente eliminarlos, y para poner diputados y jueces que le respondían a él personalmente en un esquema de corrupción sin precedentes en el país. Destruyó todas las instituciones democráticas de Venezuela y en su lugar se erigió él como el líder único, señor de vidas y haciendas —igual en todos los sentidos a los viejos dictadores de Latinoamérica.

Y todo esto lo envolvió en una mentira peor: la pretensión de que su régimen respetaba la democracia porque hacía elecciones, sabiendo que eran todas amañadas. De esta forma, Maduro, hasta el día de su caída, se llamaba a sí mismo presidente constitucionalmente electo, aunque todo el mundo sabía que las leyes electorales estaba amañadas y que aún con esas mañas había perdido, y que había hecho trampa para decir que había ganado. Esta apariencia de legitimidad era la mentira más grande que Chávez y Maduro armaron. Fue una mentira muy exitosa. Usaron los símbolos oficiales del poder para que la gente olvidara sus trampas, dejándoles clamar que eran los representantes legítimos del pueblo. Mucha gente se dejó engañar en esta mentira, aún sabiendo que era mentira, solo porque ellos seguían ocupando los edificios del gobierno.

Esta gran mentira es la que la Asamblea Nacional de Venezuela desafió, aplicando la constitución que le da el poder de desconocer a los presidentes electos con trampa y de nombrar al presidente de la Asamblea como Presidente Interino de la República para llamar a nuevas elecciones. Y esta mentira es la que decidieron dejar de creer los 17 países que reconocieron al nuevo presidente que nombró la Asamblea.

Nuestro gobierno sigue sosteniendo su propia mentira, derivada de las de Chávez y de Maduro, que consiste en decir que cree que Maduro es el presidente legítimo de Venezuela. Es triste que en sus últimos momentos, este gobierno sigue usando el nombre de El Salvador para apoyar a regímenes tan sangrientos y tiránicos como los de Maduro y de Ortega. Venezuela se está liberando de su mentira. Nosotros tenemos que liberarnos de las nuestras.

Máster en Economía

Northwestern University