¿Dónde están los desaparecidos?

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23 January 2019

En la famosa canción “desapariciones” de Rubén Blades, en su estrofa final, cuestiona: ¿A dónde van los desaparecidos? Busca en agua y en los matorrales, ¿y por qué es que se desaparecen? Porque no todos somos iguales, ¿y cuándo vuelve el desaparecido? Cada vez que lo trae el pensamiento, ¿cómo se le habla al desaparecido? Con la emoción apretando por dentro…

Interrogantes que resuenan en los más de 3,500 hogares salvadoreños —solo en 2018— que sufren por la desaparición de alguno de sus seres queridos. Para ser precisos, según este periódico, en su nota publicada el 8 de enero, solo la Fiscalía recibió 3,514 denuncias de personas desaparecidas entre el 1 de enero y el 18 de diciembre pasado, superando la cifra de 3,340 homicidios que registró la PNC al cierre del año. Por más frías que parezcan las cifras, se trata de miles de personas, miles de vidas valiosas.

Para el Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA), el problema de las desapariciones va en aumento. Hablan con conocimiento de causa: en promedio, solo dicha institución recibe de cuatro a ocho familias por mes, en busca de apoyo, pues en la Policía Nacional Civil y la Fiscalía no hay nada o casi nada por hacer después de denunciar la desaparición. El problema, por si no nos hemos enterado, es dantesco, de dimensiones sociales, económicas y sobre todo emocionales, incalculables, para las familias afectadas. Institucionalmente están solos.

En El Salvador desaparecen en promedio 10 personas cada día; 7 de cada 10 no superan los 30 años de edad. Detrás hay una familia entera afectada por la abrupta ausencia, que en casi la totalidad de casos concluye fatalmente. En nuestro país estar desaparecido por más de tres días, como sostiene el perito forense Israel Ticas, equivale a no seguir con vida. Son pocos los que reaparecen.

No es aventurado ni simplista asumir, entonces, que si sumamos los más de 3,500 desaparecidos, a los más de 3,300 homicidios del año pasado, menos los pocos que aparecen, podríamos hablar estimativamente de no menos de 6,000 pérdidas de vidas humanas al año. Escalofriante para un país tan pequeño, con seis millones y medio de habitantes. Comparemos: en México, según datos oficiales, con 123 millones de habitantes, desaparecen 13 personas por día. En números globales, la cifra de 4,152 desaparecidos en México en 2017 palidece ante nuestros 3,514 desaparecidos de 2018. ¿Se entiende la magnitud del problema?

Somos, sin duda, el país —“en paz”— más violento y peligroso del planeta. Los gobiernos, presente y pasados, no han querido enfrentar este problema, que crece a medida que incrementa la violencia pandillera y del crimen organizado. Los familiares de un desaparecido padecen el peor y más duro sufrimiento que un ser humano pueda experimentar, de manera continua e indefinida, a causa de la incertidumbre de no encontrar el paradero de su ser querido; enfrentando además la desidia de un Estado que ignora su dolor. Un duelo y desolación permanentes, que cambia por completo lo que conocieron por vida antes de eso.

Se ha firmado, el mes pasado, un “Protocolo de acción urgente”, auspiciado por Canadá y las Naciones Unidas. Ojalá que cuanto antes se ponga a funcionar y coordine, por fin, el registro y un plan de acción a ejecutar, de modo que Medicina Legal, la Fiscalía, Policía y el Ministerio de Seguridad ya no manejen datos y explicaciones diferentes al problema.

No se puede seguir tapando el sol con un dedo, minimizando la situación, asegurando que los números van en disminución, pero sin explicarnos las autoridades de dónde obtienen semejante contradicción. Lo cierto es que a David Alfaro lo encontraron sin vida, cobardemente asesinado. A Óscar Moreno, Fátima Torres, y miles más, por hoy, solo su familia y sus amigos los buscan, y en tributo a su desesperación, me uno a su dolor y reitero enérgicamente la pregunta: ¿Dónde están los desaparecidos?

Abogado y Notario