Cuando Theodore Roosevelt llegó a la presidencia en 1901, notó algo muy obvio: que al alcanzar la presidencia se tiene acceso privilegiado a una mayor audiencia, pero no hay nada nuevo en esto. Lo que Roosevelt destacó es que este espacio no solo sirve para comunicar planes de gobierno o sentar posturas. Este potente megáfono que otorga la investidura también sirve para colocar una agenda en la mente de los ciudadanos e, incluso, descalificar a líderes políticos desde un escenario inigualable. A esto, el vigésimo sexto mandatario de los Estados Unidos lo bautizó “el púlpito del bully” (The Bully Pulpit).
En su momento, con la palabra Bully, él hizo referencia a algo asombroso, no a la imagen de un jovencito que procede con matonería. Sin embargo, hay quienes han aprovechado este espacio para hacer precisamente lo último: conducirse sin decoro, lanzar feroces ataques contra sus críticos y, en el peor de los casos, utilizar las instituciones públicas como herramientas de persecución de enemigos.
Por ahora enfoquémonos solo en la retórica. Uno fiel ejecutor del bully pulpit para humillar rivales es el presidente actual de los Estados Unidos, Donald Trump. Hace siete días, cuando se le preguntó qué opinaba de que el exvicepresidente Joe Biden pueda ser su rival electoral en 2020, aquél contestó que no estaba nada preocupado y que Biden era un hombre “débil”, al que Barack Obama “sacó de un montículo de basura”. Y como esta opinión ha habido muchas más en las que el mandatario falta el respeto de sus adversarios, no comportándose a la altura que exige una investidura que tiene sobre sí los ojos del mundo entero.
Trump ha sido ágil en criticar duramente a sus rivales, pero lento en denunciar conductas potencialmente muy peligrosas en su país. El caso más claro sucedió en agosto de 2017, tras la marcha “Unamos la derecha” en Charlottesville, Virginia. En esta ocasión, miles de supremacistas blancos, neonazis y simpatizantes del racista Klu Klux Klan llegaron a expresar, entre otras cosas, su desprecio a las minorías y los inmigrantes. Muchos de ellos lucieron las banderas confederadas (un icono del racismo en Estados Unidos) y hasta esvásticas, símbolo de la Alemania Nazi.
Tras un choque de estos radicales —muchos simpatizantes del presidente— con manifestantes que censuraron tales manifestaciones al odio, Trump simplemente dijo que había gente buena y gente mala en ambos lados y, con su falta de denuncia a esta apología abierta al racismo de estos supremacistas blancos, la validó. Otro riesgo del púlpito del bully es no cuestionar a sus seguidores cuando estos socavan las bases de la tolerancia, la democracia y la institucionalidad. Su silencio también es elocuente.
Si un líder político se comporta con matonería, descalifica a las instituciones que no hacen lo que le gusta y guarda silencio ante abusos, amplifica este mensaje y empodera a los elementos más violentos de una sociedad, que se envalentonan y muestran un comportamiento cada vez más extremo, como el caso de la Hungría de Orbán, donde el racismo se ha exacerbado gracias a un presidente que lo ha validado y reproducido.
El púlpito del bully es una herramienta peligrosísima en tiempos de frustración. Por eso, lo digo con nombre y apellido: me parece peligroso el liderazgo de Nayib Bukele, quien siendo consciente de que se ha vuelto un referente en la política, lejos de llamar a la concertación y a tender puentes de diálogo y entendimiento, usa su púlpito para atacar a sus contrarios, descalificar ideas que no son las propias y, cuando su círculo cercano llama a desconocer, tomarse y hasta “quemar” instituciones como el Tribunal Electoral, él no lo censura.
Analista político
@docAvelar