El soliloquio del candidato

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18 January 2019

Bien me lo advirtieron: “Sabé que si te metés en esto —me dijeron— la carrera será larga, con obstáculos y trampas, no será fácil llegar hasta el final y muchas veces vas a querer tirar la toalla: pero es lo único que no te permitiremos. Date cuenta de que si vos decís que sí, todos nosotros nos meteremos de cabeza en este asunto, a tiempo completo, y saldremos casi con los mismos raspones que vos. Es imposible no salir embijado, trapeado y con rasguños, con gente enojada porque no la subimos al carro o porque no le hacemos el caso que ellas quieren. Habrá montones de trompones y zancadillas. Te lloverán propuestas que ni te las imaginás: se te acercarán lambiscones, oportunistas, tramposos y hasta gángsteres, en el más estricto sentido de la palabra. Algunas de esas propuestas serán buenas y honestas, esas pocas son las que tenés que identificar y agarrar al nomás te las presenten. Será bien fregado saber cuáles son de esas y cuáles de las otras, pero para eso nos tendrás a nosotros, que no te daremos paja para nada”.

Ya faltan un par de semanas nomás: estoy cansado, es cierto, pero sin ganas de tirar la toalla. De hecho, estoy más entusiasmado que nunca. Y confundido. Entiendo que no pueda expresar públicamente que, en algunos puntos y propuestas, estoy de acuerdo con éste o aquel otro candidato, pues… ¿no se supone que lo que nos interesa es sacar adelante este país? Pero no. “Esperate que seas presidente —me dicen— entonces vas a poder hacer lo que se te antoje”. Y ya me di cuenta de que eso tampoco es cierto. No solo porque la gente que me vote no estaría dispuesta a tolerarlo, sino también porque ni los mismos que ahora dicen apoyarme van a estar tan sedita para entonces. Ya tuve que sacar de mi equipo cercano a un par de los que decían ser “mis más fieles servidores”: ni siquiera estamos sentados en la silla y ya estaban ofreciendo favores a cambio de “una que otra cosita que usted quiera regalarme” como dicen que le dijo a quien sí podía dárselas. ¿A cambio de qué? Solo ellos sabían. Pero el que quedaba amarrado era yo.

Tampoco me dijeron lo mal que estamos. Aflige, la verdad. Sobre todo cuando te vas a meter a donde asustan y te das cuenta, con tus propios ojos y oídos, de que no eran mentiras lo que la gente decía en los focus groups que hicieron para convencerme de la candidatura. Y menos me habría imaginado que era tan cerca: ¡casi a la vuelta de la esquina! Pero tengo que aceptarlo: si no me hubieran llevado allí, tampoco habría conocido el entusiasmo y la energía de la gente, que es lo que me ha entusiasmado. Y lo que más me ha impresionado: las esperanzas que ponen en uno, (como si uno realmente pudiera todo…) Nos fuimos a meter el otro día a un cantón bastante refundido de un municipio gobernado por nuestro propio partido: enojadísima la gente porque no se les había cumplido nada de lo que les ofrecieron durante la campaña para diputados y alcaldes. ¡Cólera me dio! Las cosas que pedían no eran tan difíciles de cumplir, y son verdaderamente necesarias para dignificarles la vida. Allí fue donde una abuela que me gritó que iba a votar por mí porque ella sentía que yo miraba a los ojos de la gente de otra manera, “usted parece honrado de veras, y eso me ilusiona”, me dijo. Como me viera emocionado con su comentario, me jaló aparte y me dijo al oído: “Usted es el último presidente de El Salvador por el que voy a votar: ya si usted nos falla le juro que no le vuelvo a creer a nadie. Y por lo que he oído, si cuando llegue a Casa Presidencial no hace lo que tiene que hacer por nosotros, las cosas se pondrán candela de nuevo”.

Desde entonces no duermo bien. Pero te juro, Dios mío, que si me sentás en esa silla, llamaré cada mes a esa señora para que me diga las cosas tan claras como me las dijo ese día, porque aquellos que me lo ofrecieron ya no les creo mucho. Lo voy a apuntar para que no se me olvide, Señor.

Sicólogo