La ciudad de los sapos

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14 January 2019

No hacemos caso, violamos la ley de tránsito, no respetamos. Por eso desde hace un par de meses hemos visto cómo San Salvador se ha convertido en la ciudad de los sapos. Esto porque no quisimos entender por las buenas. La doble línea amarilla en las calles se volvía invisible por la prisa o la pereza, o cuando simplemente queríamos ser los más “vivos”. Los “sapos” normales corrieron la misma suerte. Como no entendemos, hoy San Salvador tiene los “supersapos”.

La necesidad de los supersapos solo refleja la rebeldía e incivilización salvadoreña. Todos exigimos un país más bonito, limpio y ordenado; pero no somos capaces de cuidar los bienes públicos, de no botar basura y ni de seguir el orden en una fila para pasar. Si las calles salvadoreñas se han tornado en sitios empedrados es porque no somos capaces de respetar acuerdos de sociedad plasmados en las leyes de tránsito.

Además de los poco estéticos “supersapos”, el tráfico salvadoreño también es muestra de la falta de educación y cortesía que tenemos como ciudadanos. Muchos conductores se han convertido en peligro al volante.

Están los conductores prepotentes que manejan como que cada calle fuera una autopista libre; los maleducados que no atienden señales o ignoran a los gestores de tránsito. Hay una subespecie que agrava las situaciones anteriores: los que manejan borrachos. Todas estas personas someten a un peligro innecesario a aquellos que tratan de conducirse civilizadamente por las calles.

Además, están los que voluntariamente complican el tráfico bloqueando las intersecciones por querer pasar con el semáforo en amarillo, los que se creen dueños de las calles parqueándose en cualquier lugar o los que creen que se vuelven invisibles al poner las luces intermitentes y se detienen en cualquier lado. Mención especial tienen los buseros atrevidos e irrespetuosos, los motociclistas que creen que las calles son un laberinto y pueden pasar donde quieran, o los que manejan vehículos pesados como si fueran un carrito chiquito.

¿Cómo podemos pedir un mejor comportamiento de funcionarios si no somos capaces de cumplir los acuerdos que nos tocan como ciudadanos? Hay elementos mínimos que surgen desde nuestros hogares y colonias para una sana convivencia en una sociedad democrática. Si ignoramos o desatendemos las reglas en círculos pequeños, ¿cómo esperamos que las cosas sean mejores cuando ya involucran a toda la sociedad?

Como compromiso individual deberíamos respetar las reglas de tránsito, no botar basura en las calles, respetar a nuestra familia, a los vecinos y los derechos ajenos. Si esto lo ignoramos, después que no nos extrañe que haya personas que hacen lo que quieren con las instituciones públicas, que tratan al Estado como si fuera su finca, que irrespetan los derechos de las minorías, que ejercen la corrupción apropiándose de los que no es suyo.

Debemos comenzar por dar el ejemplo, para después exigirle cumplimiento a toda la sociedad. Incumplir las leyes de tránsito, de convivencia, evadir impuestos, entre otras responsabilidades individuales, son semillas que posteriormente pueden desembocar en actos que afectan a la sociedad; todos estos casos son reflejo, en distinta medida, de la incivilización y del poco respeto que tenemos a las reglas. Resulta un contrasentido que reclamemos a los funcionarios por actos ilícitos cuando somos incapaces de cumplir la ley en ámbitos que están bajo nuestro control.

No pidamos luz en las calles cuando en la casa no somos capaces ni de encender una vela. Para exigir educación, respeto a la ley, ética, honestidad y cualquier otro tipo de valores, debemos ser los primeros en ponerlos en práctica. Seamos el cambio que queremos ver.

Abogada