Retrospectiva

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04 January 2019

A un mes de las elecciones se nos viene el cierre de campaña. Me resisto a que terminen las vacaciones de Navidad y de fin de año y, aunque sea un apenas, las prolongo con este artículo. Sin importar dónde me encuentre, me cuesta concebir ese periodo del año sin novelas nuevas para leer; si por mí fuera, de regalo, no daría otra cosa que libros, como hice durante largo tiempo. ¿Se lee distinto en esta época? ¿impresiona más lo que se lee, deliciosamente repantigado? No lo sé, pero se lee rico en esta época de paz interior.

En esta ocasión, dos libros muy distintos me hicieron revivir el surrealismo del conflicto que sufrimos los salvadoreños. Distintos en todo ambos: salvadoreño el primero, nicaragüense el segundo; íntimo el uno, profesional el otro; economista la del primero, escritor de oficio el autor del segundo. De allí derivan las diferencias de estilo, extensión, temática y tratamiento entre ambos.

El primero me llegó como regalo de un compañero coach de la primera generación que, con certificación internacional, graduará ISEADE prontamente. Me sorprendió, por inesperado, el fino gesto del regalo y me sorprendió también el pequeño libro del cual no había escuchado hablar. Se me antoja que su autora, Mirna Liévano de Marques, exministra de Planificación y Coordinación del Desarrollo Económico y Social, habrá escrito “Cartas del Destino” porque no quería que se perdiera la historia de amor entre sus personajes: una psicóloga —conocida suya me imagino también por las notas personales que se intuyen— y un estudiante de Derecho que se conocen y enamoran durante sus años en la universidad y a quienes el conflicto los mantuvo separados por años. Nadie que no sea salvadoreño podría creer que la historia que ella cuenta es verídica, pero sus compatriotas no lo dudamos. Como ésa, hay varias y creo que cada quien podría relatar más de alguna. Mirna debe sentirse satisfecha de su trabajo: el novelín atrapa y se lee en un tirón. Relata los hechos con estilo de reporte económico: escueto, objetivo, con escasas digresiones, al grano. Su perspectiva es femenina, lo que se le agradece cuando cuenta una historia totalmente salvadoreña como advertirán al leerlo. Recomendado para profesores y estudiantes de bachillerato.

El segundo me lo regalé yo. Durante una recalada por “La Ceiba”, fui incapaz de resistir el impulso de comprarlo aún a sabiendas que el estilo de Sergio Ramírez no es de mi completo agrado. Pero esta vez sí me regodeé en su lectura. Mientras que las escasas páginas de las salvadoreñas “Cartas del destino” relatan una historia que tomó 10 años, las 350 páginas de “Ya nadie llora por mí” dan cuenta de una que se desarrolla en solo dos días: un poderoso empresario contrata una agencia de detectives de poca monta para que den con el paradero de la desaparecida hija de su esposa. A partir de ese dato, la novela teje una vertiginosa trama que incluye personajes que bien podrían ser retrato de algunos funcionarios de nuestro actual o pasado gobiernos. Ramírez no puede ser tachado de “contra” en Nicaragua. Luchó y sirvió a la revolución sandinista desde sus orígenes hasta que, aparentemente, su conciencia se lo permitió. Conoce desde dentro el proceso y a sus actores, como este trabajo atestigua. Sin embargo, puede ser que los orteguistas decidan quemar los ejemplares de esta novela en la plaza pública y que la cúpula del FMLN considerará prohibir su lectura en el país, por lo menos, en periodos previos a las elecciones. A pesar de los esfuerzos de Ramírez por salvar al sandinismo a través de algunos personajes, el retrato que hace de ellos es nefasto, pero tristemente real a juzgar por las noticias que nos llegan de la sufrida Nicaragua. Parece que cuando las ilusiones chocan con la realidad, ésta es más fuerte que las mejores intenciones.

Las dos lecturas, y un diálogo que escuché de jóvenes adultos salvadoreños bien intencionados tratando de explicar nuestro proceso y realidad a extranjeros que querían entenderlo, me confirma que no son nuevas ideas las que necesitamos para salir del atolladero en que nos hemos metido sino antiguas virtudes como la inteligencia, el estudio, la honradez sin manchas ni excusas, el trabajo tesonero y la entrega apasionada al ideal de construir una mejor sociedad más justa con todos.

Psicólogo