¡Feliz Año Viejo! ¡Feliz Año Nuevo!

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02 January 2019

Julio Rodríguez

"Quizá unos 8 o 10 días estará aquí", dijo el médico con un tono que ni el mismo se creyó. El periodista había sido ingresado por una úlcera en el pie derecho debido a problemas de diabetes y, aunque algunos afuera del hospital pensaron y dijeron cosas extrañas, eran sus palabras contra los planes de Dios. Así son los caminos misteriosos del Señor.

A las 07:00 de la noche del martes 28 de agosto 2018 el silencio se instaló en el Pabellón de Endocrinología del Hospital Nacional Rosales. Dos enfermeras, un par de médicos internos, unas cuantas luces y en el aire los pensamientos de fe y dudas de cómo terminarían en esa cita hospitalaria no deseada unas 30 personas, mujeres y hombres (jóvenes, adultos y ancianos). Entre ellos se encontraba el periodista.

Era su primera noche en sus 50 años de vida y 30 de ejercicio periodístico. Su estadía se extendería por 83 noches más (12 semanas en la cama 12). Y comenzó una relación diaria con decenas de mujeres y hombres apóstoles de la salud que, con carencias de todo tipo, cuidaban de las almas y cuerpos de los pacientes provenientes de lejanas ciudades, cantones y caseríos de la capital, sin recursos para pagar una atención especializada y cuyos rostros revelaban la búsqueda del favor de Jesús, que puntual camina por esos pasillos olvidados de los políticos y de algunos funcionarios.

El 19 de noviembre de 2018, a las 12:30 de la tarde, el periodista almorzó por última vez en el Hospital Rosales. Ese día le dieron el alta. ¿Qué pasó en esas 84 noches de hospital? Lo primero fue entender los tiempos de Dios (por más que buscó acelerar con ayuda exámenes y pruebas) debió hacer fila igual que todos, al ritmo del Señor y de un hospital sobre saturado de pacientes; afrontar algunas necesidades de medicina; lidiar con más de algún mal profesional, pero al mismo tiempo identificar a verdaderos héroes y heroínas de los afligidos enfermos; pero, sobre todo, conocer de cerca una fuente inagotable del amor de Dios entre personas.

Gente que duerme sobre cartones en los pasillos del Rosales para estar cerca de sus seres queridos que pasan situaciones difíciles; cientos de salvadoreños pidiendo una cita que cuando llegue su turno quizá la enfermedad llevará la delantera años luz y estará a punto de ganarles a los médicos; familiares aguantando hambre por no dejar a sus enfermos o cumplir algún papeleo, son algunos verdaderos actos de amor que solo Dios puede inspirar en la gente.

El periodista salió hace ya varias noches. El 31 de diciembre se cumplieron 41 para ser exactos. Recientemente le encontré y nos dimos un abrazo. “¡Feliz Año Viejo!”, me expresó muy animado. —¿Por qué no nuevo? —pregunté sin dudarlo. “Cumplí 50 años de vida, el Señor me permitió estar en un hospital, llegué a 30 años de oficio, mi trabajo mejoró, mis hijos salieron ilesos de un accidente, nació mi nieta (Antonella), se graduó mi último hijo, descubrí verdaderos amigos, me recupero satisfactoriamente de mis heridas, perdoné, pedí perdón, a veces perdí y otras gané...”, me detalló, “¡¿Por qué debo decir feliz año nuevo, si el viejo tuvo de todo, y el otro aún no llega?!”, me preguntó.

De que hagamos un buen recuento del presente; de las oportunidades que identificamos, de cuanto dimos más que recibimos y de lo que en serio estemos agradecidos con el Señor, sea “bueno” o “malo”, de eso depende que nuestro año nuevo sea de paz, prosperidad y pleno de felicidad. ¿¡Feliz Año!? Tú decides ¿Viejo o Nuevo? ¿Cuál es tu recuento?

Periodista