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28 December 2018

Siento que fue hace unas pocas semanas que estaba escribiendo el último artículo de 2017 y ya estoy escribiendo el último de 2018. En nuestro país tenemos la percepción del tiempo acelerada. Y digo en nuestro país porque no en todos lados es así. Hace unos años pasé una semana en una isla hondureña y sentí como que fue un mes. El tiempo se siente más largo en las islas, o en otros lugares con menos personas, menos tráfico y menos sucesos. Aquí el tiempo vuela pues hay tantos sucesos que no hemos asimilado uno cuando ya hay varios más ocurriendo. El escándalo de un lunes, que creemos va a dar que hablar para rato, ya está olvidado el viernes.

El 2019 no se pinta diferente. Hay tantos desafíos para el año que viene que seguramente estaremos bastante entretenidos. La elección de un nuevo presidente es lo que se ve más cercano. Quien sea que quede no se las verá fácil y comenzará el camino cuesta arriba. Con el pago de una deuda gigantesca que se vence, habrá que hacer malabares para salir sin traumas de consideración. Está claro que a los gobiernos les cuesta entender que la economía de un país no es tan diferente a la economía familiar, que no se puede gastar más de lo que se percibe, que la estabilidad solo se logra siendo más productivos, que la riqueza la generan los emprendedores, lo mismo que los empleos. Si en algo debe invertir un gobierno es en salud y educación, capital humano. Una población sana y bien educada está mejor preparada para enfrentar el futuro y es menos propensa a tomar caminos equivocados. La corrupción es un flagelo que nos ha lastimado por décadas, algo detestable pues drena recursos que la gente paga con mucho esfuerzo y que hubiesen servido para cubrir necesidades importantes. Por experiencia sabemos que ningún partido, ningún gobierno, es inmune a la corrupción. La tentación aparece cuando las circunstancias parecen favorables, y ninguna circunstancia parece más favorable que cuando se tiene o se cree tener el poder absoluto. Solo hay que ver a Venezuela y a Nicaragua para darse cuenta de esto. El saber que nadie, por importante o poderoso que sea, está por encima de las leyes es el mejor antídoto a las tentaciones. Y esto se logra cuando hay un balance de poderes, cada uno vigilando y limitando a los otros.

En el plano individual hemos sido bastante ingenuos, creyendo que los políticos, los gobiernos o un gobierno en especial, nos sacará de nuestros problemas particulares. A menos que se haya crecido o se le haya salvado la vida varias veces al mandatario (y eso sería nepotismo), eso no pasa. Es casi infantil pensar así. Nuestros problemas sólo podemos solucionarlos nosotros mismos. Disciplina, buena cabeza y trabajo, ésas son las fórmulas que han existido desde siempre y que nunca van a cambiar. Los gobiernos no pueden hacer más y lo único que se les puede pedir es que creen las condiciones para que se den las oportunidades, y aprovechar esas oportunidades. El no aceptar esta realidad es el origen del eventual desencanto, de la frustración, la amargura y el estancamiento.

Recibamos, pues, el año nuevo con optimismo, pero con los pies en la tierra. A todos los que me honran con la lectura de mis artículos les deseo un 2019 venturoso y con salud.

Médico siquiatra