No hay nostalgia peor…

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13 December 2018

El 22 de diciembre de 2015 publiqué en este medio una columna con ese mismo título e hice referencia a cómo el final de año trae una cálida y agradable nostalgia.

Sin embargo, advertí que hay otro tipo, más peligroso, de nostalgia, que nos hace romantizar un pasado que no existió, colocando nubarrones mentales que impiden extraer conclusiones del pasado.

Esto suele sucedernos cuando estudiamos la historia de nuestros países antes de la democratización de los años 80 y 90. Con la apertura institucional y el fin de los autoritarismos, vino el optimismo de pensar que estábamos superando las circunstancias que ataron nuestro desarrollo.

Pero la realidad de los años siguientes fue muro donde chocaron estas esperanzas. A medida avanzamos en nuestra democracia, fuimos conociendo “nuevos problemas”, como la profunda crisis de inseguridad en la que hoy vivimos. Entonces caemos en la tentación de añorar, como dice Joaquín Sabina, “lo que nunca jamás sucedió”.

Los años de autoritarismo fueron desastrosos para opositores, para la prensa, los movimientos sociales y quienes osaban disentir. Pero tenemos la percepción de haber vivido en tiempos seguros donde “aún se podía caminar por las calles”.

En la columna de opinión “Gutiérrez Barrios: La leyenda, el horror”, publicada en enero de 2016 en El Financiero, el periodista mexicano Fernando García Ramírez hace un examen poco indulgente y más realista del pasado de su país.

En este artículo, García Ramírez lamenta que los mexicanos pretenden “seguir construyendo este país sin haber arreglado cuentas con nuestro pasado. Seguimos acumulando cadáveres sin su debido entierro histórico”. Para ejemplificar esto, evalúa la ilusión de paz social de hace unas décadas, cuando realmente existía un uso sistemático del terror para silenciar muchas fuerzas vivas del país. Prueba de ello son los lamentables hechos de violencia y represión que desembocaron en la masacre de estudiantes en Tlatelolco, en octubre de 1968.

Esta supuesta paz social, construida, como indica el autor, sobre “desapariciones, torturas, asesinatos”, no dista tanto de la que alguna vez vivió El Salvador. Este pasado puede producir nostalgia pero una revisión cuidadosa indicará que lejos de haber sido una situación diametralmente opuesta a nuestro presente, es precisamente uno de los gérmenes que motivaron nuestras crisis actuales.

Y es que los hechos políticos y sociales difícilmente surgen espontáneamente. En la represión del pasado se cimientan los resentimientos del presente, los cuales pueden explicar una violencia aparentemente irracional. Fue en los esquemas profundamente desiguales de las últimas décadas de autoritarismo que se nutrieron las divisiones que, pobremente manejadas, llevaron al rompimiento actual de la convivencia.

Estos pilares del horror, como García Ramírez los llama, fueron bombas de tiempo, academias del odio y violencia desmesurada. No podemos entender este presente horrible sin considerar ese pasado represivo... Ese que a veces caemos en la tentación de celebrar.

Digo esto porque estamos cerca de las elecciones presidenciales. Una de las áreas donde estamos más pendientes de escuchar propuestas es la seguridad. Y en esta, no faltará quienes ante la desesperación y frustración exijan una militarización y un alza represiva, creyendo ingenuamente que se puede eliminar, a punta de plomo, problemas complejos y de larga data.

La nostalgia del pasado que no ocurrió nos lleva a repetir crasos errores del pasado, como pensar que un problema multicausal tiene soluciones inmediatistas y violentas. Claramente no sabemos cuál es la línea recta que nos sacará del problema, pero la historia sirve de algo: aclara los caminos que no solucionarán nada y agravarán considerablemente nuestra situación. Es urgente que tengamos esto en mente, pues de no hacerlo seguiremos socavando la convivencia, en detrimento de miles de salvadoreños a quienes año con año les arrebatan la vida.

Analista político

@docAvelar